Se hizo a la mar. Otrora época hubiera tenido severas dudas, y no, las olas le arrastraban sin mayor motivación que dar ese salto.
Mientras tanto el mundo seguía, más ese restaba y sumaba las imposibles e inacabadas crestas arrojándose contra las mismas, esencialmente agua con la capacidad de atraer, que tan pronto subía como bajaba, que llovía, aclaraba o tronaba.
Y excepto las horas nada pasaba y nada quedaba. Horas, en las que turnarse soles. Estando los ojos ocupados mirando al vacío, dolientes, como agujeros ciegos. Nada era importante. Ni, aunque se perdiera la barca o se perdieran las nubes. Ni la rabia del olvido, o el eco de la humedad salada.
En la soledad del viento, polvo y sal, bastaba con un poco de silencio para que todo se detuviera. Hermosa soledad que le hacía encontrar el mismo sitio al despertar.
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