Se dejaba notar, y en su silencio no hallaba parecido. Era todo un personaje, hasta usura de tanta clausura… el viento, por decir algo, se le formaba al lado, apellidándole con unos silbidos, toques de experiencias y lejanías.
Pero más concretamente lo que hacía era estar, ser segundo le valía. Vivía sus años y años de monólogo interior por entre los contrincantes.
–God save the Queen- le lanzó uno con su mejor brillo azul.
Otro le dijo –Yo tenía una granja en África- dándole de lleno a su gloria incierta.
Más él seguía en su bien cercada pequeña joya, lejos de todo y como no sirviendo para nada, eso sí, protagonista como pocos.
Cuan de pronto, en tan jaula de animales, reflejos y apocalipsis vieron los alborotadores que estaban, pero sueltos, aún con la emoción del ser y esa indecorosa sed de faltarles manos con las que empinar sus abrazos… Ese mojón, símbolo de los pasos pendientes superó a todos en sus edades perdidas, pues desde su alter ego les dijo casi que sin ni abrir la boca, enrojecido como todos:
-nunca dejaremos de ser anónimos, la memoria muscular nunca desaparece.
Los de abajo, los de al lado, inclusive la oficiante como que le dieron crédito, pero no mucho, al poco retomó las riendas y transformó lo extraordinario en cotidiano:
-Bien, los tres minutos para perderse han finalizado, soltad las botellas.
Acto seguido de nuevo formaron en corrillo, con esas sillas de paleta o apoya brazos, y extrañaron.
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