Se intentaba hacer una composición de lugar. Era abogada. También conmovedora y compasiva. Heredera de un banquero de la ciudad de Hamburgo al borde de la quiebra. Bien formada.
Oía el ruido metálico de las bicicletas detrás de ella, seguida de un golpe sordo y ese golpeo que siempre daba miedo. O eran solamente dos coches que pasaban.
Por un designio de la vida, la ordinaria chacha la tenía calada. De joven, ella solo quiso estudiar medicina, y ni con esas. Así y todo, mantuvo sus sentimientos bajo control.
No obstante, era salir de la ducha y su cuerpo la reconcomía. La pelirroja siempre fue mucho más que un frutero o alguien a quien llevar en el Volvo familiar.
Escatimando como siempre elogios, la hija de la señora de la limpieza la esperaba y reclamaba. Una vez seca se irían a su habitación, sin gota de maquillaje ni nada visible sobre su piel para que la de expresión ceñuda, en magas de camisa y tirantes, que no cofia, albergase verdaderas esperanzas de enmendar los hábitos de su jefe: el padre de ella. Muy dado a sus silencios eternos, con recelo y desazón. Un hombre bien educado.
Padre e hija, banquero y abogada, de esos peores que las ratas portuarias, de ida y vuelta. La chacha, otra pobre diabla, si bien, criada en el Imperio Británico. Y su hija, capaz de estrangular a su propia madre, la que llevó a la quiebra a toda esa familia, y eso que no sabía que en verdad no nació de un matrimonio anterior.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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