Amputado, no puedo más que negarme a abordar unilateralmente su huella tan inmensa. Cuando paseo por mi coso, me someto al análisis del observatorio más celebrado, escuchando a las fuerzas de la naturaleza, y percibiendo pensamientos, vulnerados o no, que me obligan a crecer. Es una contradicción, una guerra de egos, un teatrillo, la medida de gracia de la ventana indiscreta, la apoteosis de la desigualdad; todo ello bajo el orden necesario, y sus supuestas injerencias… Un trabajo de locos, sin tronos de poder.
La deferencia de no querer ser el primer beso de nadie, se transforma en el gran desafío: mantenerse sin ensañamientos. Es la doble cita que causa cambios de temperamentos, excentricidades e inquietudes, porque para recuperar a alguien primero hay que olvidarlo, y los espejos de las calles son idóneos para quienes duermen sin abrazos y desean hacerse querer, alejados de fastuosas parodias mediáticas. Se resuelve así, la anodina paradoja de la vida: “quienes dicen no confío en nadie, ni en mí mismo, sufren la irreversible y gravísima patología de estar vivos”. Éste es el impulso que me inicia a un gran viaje. No todo son manifestaciones de meretrices, golpes mediáticos a las percepciones, querellas enrarecidas, inclusive darse a relativizar sobre los límites de la realidad y la ficción; uno vuelve para quedarse, y bonito o feo, el poder lo tiene el que menos quiere del otro.
Encaramado a la cima y en todos los cruces de caminos, aprecio el culto a la personalidad, parodias de dominios, extravagancias, ridículos, ávidas pretensiones… lo que todos sabemos y no vemos. Es la inestable transición de un gilipollas, que busca información más allá de la normalización. Fanático pero no estúpido, galardonado en el auto desprecio, y cómplice de mí mismo, considero que hace mucho las escuchas dejaron de ser lo que eran, y pasaron a dotarme de otro grado de libertad, encarcelándome en esos alientos exacerbados que remodelan las imágenes de quienes se asoman a mi islote, sin precedentes, ya sea con actitudes airadas, desapegadas, proverbiales, o simplemente mimetizadas.
Cuando las libertades pueden retroceder, y no se desean triunfos efímeros, los que a base de patochadas refuerzan su credibilidad, obvian que en ésta sociedad también se agradece que digan que no. Son pobrezas que agudizan los sentidos, grandes pensamientos que te hacen crecer, los cuales expresan la necesidad de un cambio radical, a las puertas de los guardianes de la revolución: los ciudadanos. Es la respuesta de los depuestos, bajo la obligación de cumplir las leyes de los demás. Todo un camuflaje urbano, reflejo de un mundo en miniatura, donde nos cuestionamos si la tierra es el paraíso… Bien podría serlo, no ya por las luces del norte o las puertas del cielo, sino porque los patos tienden a seguir durante toda su vida al primer ser que ven al nacer, sea o no su madre. En cambio, cuando uno ve a las nutrias marinas cogerse de las manos mientras duermen por si se las lleva la corriente, para sí despertar juntas, se pregunta duramente ¿por qué hay niños que no sonríen? Y reabre el debate sobre el privilegio de ganar, el extrañamiento acerca de la consolidación de las grandes empresas, si la paz social dura lo justo, y ¿por qué inventamos máquinas de sentir emociones?
En resumen, los falsos pretextos nos llevan a placeres sencillos y a regímenes sangrientos, asistiendo a pasiones inconfesables y a pisar fronteras infranqueables… Uno más de los muros de escalada que enmarcan nuestras comunicaciones, por más que prometamos no volver a usarlos, son buenos compañeros de trabajo, muy majos y alentadores… Y que paguen los que nunca han pagado.