No es que fuera de una bondad extrema, ni de esos que iban abrazándose a los árboles en las ciudades de humo. Tenía lo peor de un hombre y lo peor de una mujer.
También sabía hablar de fútbol, pero sobre todo de lo que les pasaba a las personas. Recordaba y olvidaba sus nombres, cierto. Tanto como que los hombres adultos no se preocupaban por otros hombres adultos, sí las mujeres, capaces de hacer cualquier cosa con tal de no estar solas.
Que no esté ya muerto de mil maneras es una mezcla de casualidad y milagro. Vivir siendo uno mismo y no poder pedir perdón tiene esas cosas. Las personas se llevan muy bien cuando sacan provecho las unas de las otras.
Siempre le llevaba un día de ventaja al diablo, como poco.
Como cartero sigo prefiriendo la bici de siempre al taxi o a esas motos eléctricas que no hacen ruido, peor aún esas furgonetas que no son ni una cosa ni la otra, que parece que llevas algo y luego sales con una mierda de cartoncito con algo dentro, como si no cupiera en el manillar de la bici. Eso sí, mucha electrónica, mucha pijada, mucha inteligencia artificial y hay que seguir firmando con el boli o con el puto dedo, ¡panda de guarros!, ¡qué algún día voy a pillar algo!
Y lo de los hoteles. ¡Un hotel donde no te apetece robar nada no es un buen hotel¡, ¡joder!
De verdad que Correos se está yendo al carajo. En tiempos fuimos plenipotenciarios, sobrios como un juez, no fanfarrones de mierda.
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