La persistencia de la memoria, la omnipresencia del tiempo, el movimiento perpetuo, el dominio sobre la humanidad y la mirada tímida pero bienintencionada quedó en eso… en ser un reloj blando, duro. Desactivado. Que no quería a nadie. Tal que una persona de reloj cuando todo se había terminado. Sin nadie, sin nada. Ni besos, ni abrazos, ni lágrimas, ni caricias. Nada.
Solo ser la dulce inercia; obligado a aprender de nuevo a ser frágil en un mundo infinito. A aprender a leer sombras de otra manera. A chocar contra la censura, y la literatura de la derrota.
Solo.
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