Tipos irreductibles, que conocían, que trabajaban la mente, y otros muchos, realmente tenían una perspectiva completamente distinta a los demás. Gente normal.
Su emocionalidad, y su percepción del castigo y de lo que estaba bien o mal, podría arramblar con cualquiera. Tenían un perfil desorganizado y, a la par, organizado.
Las velas adornaban, solo eso: ni calor.
Era el funcionamiento más antiguo del mundo: decir y que otros escucharan o simplemente estuvieran. Si preguntaran a un enjambre de abejas les dirían lo mismo, porque les daba igual, todo estaba hecho de antemano (sin contar los inmuebles y otros parabienes).
En ese templo lo que se cernía era la vida de los demás. Y había gente de todo tipo y condición. Los comerciantes no tenían lengua, los mecánicos herramientas, los médicos vidas que cuidar, y las maestras ni un momento del día. Buscaban las mentiras y su temática: su interés. Incluidas las expresiones de aprecio.
Cuando los detuvieron, algunos con supuestos delitos de asesinato (por una menor de diecisiete años), apenas se inmutaron. Grupalmente intentaron defenderse, callando. No obstante, cuando los investigadores consiguieron que uno, en rebeldía, hablase, todo cambió (políticas aparte).
Fue un adulto de veinticinco años, que desde los trece estaba condicionado por esa comunidad, alejado de cualquier consumo de alcohol o estupefacientes, muy ecológico y sostenible. Si bien, tuviera la edad que tuviera, cumpliría condena, porque fue homenajeado con cien años de prisión incondicional, todo su patrimonio confiscado para el erario público, y trabajos forzados arreglando caminos rurales. Forzados porque resultaban obligados, no voluntarios. Seis días a la semana; y el séptimo para que limpiara su celda de mejor modo, que no solo ordenarla, y resumiera lo leído. Pues lecturas obligadas tenía: un libro a la semana. El tiempo libre para su alma, si es que tenía. Asistencia médica gratuita, cómo no. Y acceso a pistas deportivas y otras universidades, por supuesto. También credos y otros engrandecimientos o ruegos, o la voluntad de todos los sexos. Después de lo anterior y de todas las misericordias.
Los restantes, siete días.
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