Tal vez solo fue el acorde final de la melodía. Las entonaba día tras día. Tres toques, no más; y sabías quién era.
-Prefiero ser un héroe de guerra- asintió antes, habiéndose percatado.
Temía sufrir una muerte dolorosa y tortuosa, su atrezzo daba pistas. Vivía como si no hubiera mañana, como si ya no hubiera más porvenir.
–¿Qué tal tienes hoy el corazón?- preguntaba, siempre bien grande, a los de trigo limpio y no.
Únicamente cambiaba el rostro cuando los niños le preguntaban. Por consiguiente, le surgía otro mapa de sonidos en la misma dimensión y proporción que las edades concordantes de esos venturosos críos.
Criado en la periferia de la Universidad de Princeton, lastimoso, muchos se preguntaban cómo aún le seguía latiendo el corazón. Sabía más que el juez que daba y quitaba los indultos y las nacionalidades. Ciencia ciudadana.
-Ya ni echo de menos mi barrio- decía cuando separaba los labios. Sonaba a fisura algunos días. Extrañaba.
Se podía fantasear con sus diálogos entre pieza y pieza. Sí, la música y la moral la hacemos todos. De hecho, tal vez Dios pudiera saber algo, pero… se la tragó, en esa fecha y en ese lugar.
Escribir un comentario