-Me alegraría tener que decir que no -expresó el americano, ansiando tocar los pechos de la de al lado, Evans, y darle una bofetada a la que no paraba de comer, distraída del discurso en su riqueza. No así la del mundo solo y desvalido, esa madre con la dádiva del benefactor tabaco que anhelaba.
-¡Me marcho de aquí! Adiós.
-¡Mary Anne! -pidió el jefe.
De algún modo ella percibió su necesidad. -Volveré -no pareció sorprenderse, andando entre mesas desocupadas, con las hormonas y todo disparado, escabulléndose con un sucinto-. Perdón.
Los dos hombres le miraron las caderas, que contoneó rítmicamente, desapareciendo.
Preparativos no hubo de hacer Griffin. Se quedaron cuatro.
-En toda mi vida he robado dos veces -relató Sokorin.
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