Tag: vida

8
Oct

No parar de sangrar

No paraba de sangrar, sangraba de vida, de apuro, por rabia. Ardía, se retorcía. Lo sabía ella y solo ella. La sensación de encaje, la sensación de que a medida que iba creciendo estaba siendo más absorbida por sí misma, la hacía hasta perdonar y condenar sus orígenes y creerse dos mujeres en una bordeando los sueños bajo el mismo patrón.

Mujeres que decidían con contundencia respecto a los hombres, a quienes unían sus vidas, ya fuera con curiosidad o morbo o con la mejor de las decisiones privadas.

Sangraban y la raza parecía no tener nombre ni el más mínimo atisbo de crueldad que la propia piel, despojada de lo superfluo, intensa y memorable, también breve. Sangre que se recreaba en ciertos sabores dejando una profunda marca a según quiénes.

Sangrar, sangraban hasta las cantantes calvas, las profesoras más inteligentes, las del porvenir y las víctimas del deber. Todas sangraban, incluso las jóvenes casaderas en un delirio a dúo. Sed y hambre de un juego burlesco y dramático, de ídolos vacíos. Nunca cuentos para niños menores de tres años.

Con todo, simplemente sangre; de las que algunas no tenían ni idea, sí que lo sentían mucho. Y lucha encarnizada por ocultar, en realidad, ser mayor como momento cardinal. Fórmula para hacer hincapié en la propia estupidez o en la suma del entendimiento. La lengua más pobre, el extrañamiento.

Y el respiro más profundo de los aires vivificantes, toda una vida.

Hacia la mañana, el primero de los cantos ya se atasca de buenaventura y se señalan las manchas, el primer lugar de pecado, y sin otra alternativa, luce el sol sobre el mundo de siempre. (Para los ingleses lo mismo, que no hay periodo intermedio).

Los días felices se viven con un mundo de color, otros, con acusado humor negro, casi que, sin afinidad, donde nada es más divertido que la desdicha, pero siempre la misma cosa: esa oscuridad que amenaza invadirlo todo.

Para cuando la última cinta, el monólogo interior es más de asedio. Pronto, a pesar de todo. Sin próximo mes, quizás. Más se vive en la transfiguración, y en las fiestas que no se celebran; permaneciendo en las viejas costumbres, esencialmente pesimistas en la voluntad del vivir. “Seré yo, será el silencio, no sé, allí donde estoy, hay que seguir, voy a seguir, en el silencio no se sabe” denotan algunas como mera existencia, obligación, sin meta, sin esperanza.

Ruinas y refugio, el fin, no más falsedad. Un ruido que no se mueve. Rostro gris azul claro, cuerpo pequeño, apagado y abierto. Cuatro lados a contracorriente, sin salida. “Debió de llorar cuando niña”, dirían algunas. Solo el grito del nacer lo supera, cerrados los ojos y cambiada, otra vez: boca arriba, en la oscuridad. No siendo ni dueña, decrépita, pero imperturbable y constante. Sin sentimiento ni deseos o competencia para juzgar. “Todos nacemos locos” continuarían diciendo algunos, no existiendo pasión más poderosa que esas palabras -tan innecesarias- manchando el silencio y en la nada de las vueltas quietas; deseos de un teatro reunido en la capital de las ruinas.

Un fin donde la ordinariez y el egoísmo quedan justificados en la gente que se acerca, que se conoce y la que se llega a tener por amistad. Ese vago espejo, mirando algunos a todas partes desesperados, de manos al aire y niños con la nariz blanca aplastada contra el cristal, mirando serios por la ventanilla abierta del coche hacia las persianas bajadas y contando rincones y cuchicheos, otros chancleteando pantuflas a la espera más amortajada con la puerta bien apretada, sentados en el sitio vacío. La sensación de encaje, la sensación de que a medida que se va creciendo uno va siendo más absorbido por sí mismo, hasta perdonando y condenando sus orígenes, creyéndose dos en uno, bordeando los sueños bajo el mismo patrón.

28
Oct

Ser escritor: y caminar con ello, frío, por la vida

Mi memoria últimamente se adapta a todo. Hay espacios acogedores y sublimes, fortalezas encubiertas, reservas de curiosidad, excitaciones compartidas y simultaneidades. En justicia algo cegador, cual mujer u hombre encerrado años y años en la caja de un ascensor intentando salir a la superficie.

Por esa necesidad, con el peso del pasado familiar, los impactos de los paisajes y el tener que crecer cada día, aunque sea para ir en contra de uno mismo, para el año que viene pediré frío a la mínima oportunidad que pueda.

El silencio es un lujo que no podemos permitirnos, escribir te aporta mucho más que letras, fechas y sus trilogías. Los contextos no siempre valen, por rápidos que cambien, todos. Y no soy de los de dar las gracias por lo que tenemos ahora como si nada, como si nadie, como si nunca, harto de partidas de ajedrez sin reyes a los que destronar; soy más de boxear por la creciente implicación que todo ser lleva bien adentro, con avalanchas, golpes bajos y los rumores malsonantes por las decisiones erróneamente tomadas en el transcurso de los rounds.

Soy un adolescente bien grande, sí, o un desertor venido a menos. Lo de ser un niño en varias dimensiones me salió con El día que llovió hacia arriba. Una obra donde se muestra que los robots son torpes a la hora de manipular las emociones. Porque ya no sé diversificar más el ocio de la nada; sé lo que quiero. Y sé lo que me cuesta poner la lavadora en casa o en la lavandería si fuera el caso, la barra de pan u otras comodidades o sonrisas de mostrador. Y sí, estoy en la última oportunidad para repostar y pasar página. Algunas que llevan colgadas décadas. Además, como toda la gente, tengo excusas suficientes para todo. Y deseos más que mundanos, prejuicios en cada caso. Hasta sé de ese mundo que no podré leer nunca… ni queriendo. Pero intento novelar, eso lo hacen las personas, sobre todo cuando se pierde la paz para siempre, respondiendo a esa sensación de libertad reverberada con más libertad.

Lo de después, ese suma y sigue, puede que vaya todo en un paquete, el de la vida que te va enseñando. Que a veces es tan multitudinaria como los escenarios de las novelas y los cuentos que practico. Campos donde huelo hasta cómo se recorta la hierba y corren las aguas en sus acequias de antaño y eso que no tengo tal sentido; incluso llamo a los timbres de las puertas chantajeando las escenas cual dócil víctima mientras otros esperan que salga el sol, metiéndome en esas tramas atemperando o acrecentando las reacciones. Brillos que invaden mi cabeza, destellos, y brillos que ni durmiendo encogido se van: es como si me presentase una y otra vez en un funeral vestido de mujer, muy de rosa, con taconazos y medias de rejilla de las más finas pero bien bordadas, para robarle todo el protagonismo al difunto. Por eso quiero frío, porque el desdén se combate con desdén, o simplemente no reconociéndolo… El paseo hacia el faro también es un ritual, ahí voy más vestidito, quizás pintoresco. Son hábitos, escenarios que gritan que los narre, de los que dan brumas de calor, aquelarres varios.

La frágil moral es una de esas transiciones que uno atraviesa: sueños de libertad y paz, cruces de caminos estruendosos; en ello estoy, quedan unos meses. Va de esos lugares en los que muchos padres no se atreverían a poner nombre a sus hijos por temor a que sobrevivan. Sensaciones contradictorias que empiezan a acumularse y uno las tiene que sacar, tras pisar los suelos alfombrados de las Grecas y Lunares, fuegos infantiles y otros modos de mirar. Abandonos, rumores y patrocinios. Como una vida al otro lado de un cuadro, no del que lo pinta, sino del que lo comercia sin que ni sea suyo o tenga derecho a ello.

Sí, vuelvo a ser un depredador cuando me toca morir y reír endiabladamente mezclándolo todo bajo un disparo, gotas de lluvia o la calma contenida que precede al alba, pero sigamos paseando por las discrepancias de uno mismo, las añadiduras y los cambios a través del tiempo… frío, por la vida.

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