Al fin y al cabo, era domingo, donde había que romper con esa idea de la plena autoridad, por lo tanto, hábilmente resolvió la situación:
-¿Quién recoge la mesa?, es solo el desayuno.
El individuo con capacidad para el regate corto se escapó a su habitación; la menor concretó la comodidad del sofá de un salto, casi gatuna; y ese esposo y padre, como panacea de todo lo invisible se quedó sentado a su lado, acompañándola, refrendando su inocencia… Y eso es lo que pasó, que los niños no ayudaron.
Soterradamente, tanto liberalismo les vino bien, quedaba un buen rato hasta el mediodía, y no era bueno crear un ambiente de represión, preferían recuperar la normalidad. Normalidad de la buena, no de la de un país de imbéciles.
Lea su propia voz y tenga su calma: El día que llovió hacia arriba
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