Las gotas volvieron a caer sobre las piedras. Ni cafés con leche o café irlandés. Las arrugas de la vida se les marcaron. El pelo les siguió creciendo. Les dolió quererse así: con palabras y sin ellas.
El picor de la infusión más la dulce canela acrecentó la envidia al alcance de la mano como hombre que era. La misma tentadora intensidad.
Ella siguió soñando, poniéndose guapa para él cada mañana, lo viera o no. El otro tenía otro ruido definiendo los momentos, en lo pequeño, en lo inmenso.
No carecía de encanto un mundo tan terrible.
Necesitó dotarse de sus rutinas. Que se le desordenasen los días le reportó una sensación muy rara. El no saber cuándo volver a verse, ni para qué, verse de veras, le generaba hartazgo. Los pareceres y sentimientos más íntimos quedaron en un calvario silenciado.
En todo ese hilo de continuidad, él empezó a robarle todo poco a poco. Primero una tortuga, de las pequeñitas, como si nada; después, ropa, enseres personales y todo tipo de hallazgos, estando ella lo más atractiva posible, queriéndole y hasta susurrándole al oído cada vez que lo llamaba, evitando la destrucción y el olvido. Resultó imposible condensar más amor en esa convicción y hurtos. Le quitó hasta a los clásicos en busca de consejos para vivir mejor. Cicerón, Séneca, Epicteto y otros dilemas cambiaron de hogar soslayando contradicciones. El rigor oportuno de la policía no consideró esa idolatría, ese pareció honesto, trabajando duro y llamando a las cosas por su nombre.
Ahora bien, un día, tras esos largos etcéteras, ella, sin miedo ni motivo optó por volver a esa casa donde el mismo la sedujo. Y cotejó hondamente cómo ese había convertido la casa en un mundo mágico. Libros, sábanas, mantelerías, la moto, el coche, la flor adormecida del baño, ¡hasta los trapos de la cocina!; y cómo no, a la tortuga le dio más vida pues supuso que a su dama le gustaba la vida marina acompañándola no solo de peces y más peces, sino que también de flora acuática. Cierto es que consiguió ese marcado color azul que tanto le había desvelado la dama en sus affaires de cuarentena.
La ración de dolor fue muy superior a la ración de placer, más volvió a meterse en la cama con el hombre inapropiado. ¡Puto jengibre!
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