Puede que al final sea la persona más egoísta y de cuyos días y protocolos de conducta nada haya que aprender, si bien, cuesta creer que nos resulte inquietante su quehacer a tan corta edad: la hija de puta está leyendo. Algunos, ya mutarían de compulsión solo de verla, no la querrían como amiga, incluso de hija si me apuran, que las hay.
Imagino que hasta pudiera tener colmillos de lobo por solvente y ecuánime que parece la puta niña. La madre, digamos que tampoco se vanagloria o escurre, lo mismo ha sido ella quien le ha comprado ese libro, o ni es un libro como tal, sino un cúmulo de acertijos o pasatiempos, pero está en sus tiempos… juntas. Y la madre es madre: otra de esas mentiras que se cuentan para avanzar.
Seguro que también la habrá puesto a entretenerse, o al menos intentado, con un sonajero y una muñeca o pelotita, no tiene por qué no, o dados rotos. Tratándose de una madre y su niña todo es posible: son.
Y luego dicen que la ley es lo único que nos hace a todos iguales.
También serviría escribirse palabras con las yemas de los dedos en la espalda o en los brazos (por donde más sensibles son), siempre que no se mire y hagan trampas, obligándose a adivinar lo palpado… El papel no es lo único que lo admite todo. ¡Pero qué pena!, los grandes símbolos son grandes blancos por extraño que parezca.
Ojalá que ese vagón les deje lo más cerca de donde quieran estar, madre e hija, lo mismo ya han conocido casi todos los infiernos que este mundo habitan. Sí, las ciencias modernas y las políticas imperiales nos han robado muchos milagros…
¡Si no fuera por las Mujeres! Ni con ellas ni sin ellas, ¡qué hijas de puta!
La ciudad estaba sitiada, toda esa manzana suya era un fortín contra el fin. Sobre todo, a esa hora: la hora de la estrella, del disimulo y de la sinceridad. Donde con esos cuentos reunidos no terminaba de aprender a ser feliz.
Quinientos treinta y tres días llevaba esperando la hijita, y cuando el final se acercaba más se lo creía. Entendía que todo era una prueba, un manual de remedios a su ansiedad. Por buena estaba sola, su madre y sus hermanas estaban en otro gabinete, siete pasos antes.
El cuento de la hormiga no valía. Quería ver entrar a su padre de una vez por todas, cual nostalgia del absoluto. Ni cumpleaños ni nada que la coronase, estaba en su arte de callar; extrañamente esperando. Pero sí, una de las diez posibles razones para la tristeza del pensamiento era cierta.
La decadencia de la mentira era esa.
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