Tag: Nápoles

2
Oct

La importancia de verse

Iba a ser una historia romántica, así lo quería retratar magistralmente, dando un agudo repaso al volátil escenario de las relaciones; sin embargo, lo fácil es echarle la culpa a la pandemia del COVID-19. Y no. No había suficiente amor entre Fabrizio y Nicoletta. Tanto el señor Meucci como la auténtica señorita Bruschini -residentes en Italia- hacia Pompeya (Nápoles, Campania), jamás fueron turistas ni seres de reencuentros, solo trabajadores en esa obra coral titulada La importancia de verse, donde no solo los perros detectaban calor por la nariz. Una Italia donde estaba el vicio del exceso y el vicio del defecto.  

En ello que aparecieron muchas historias, no todas felices, de ese ir y venir de las fronteras de cada casa durante todos esos días del estado de alarma y otros tantos. Incluidas las coyunturas de los políticos y todos los muertos por el coronavirus, aunque ni lo uno ni lo otro pudiera tener explicación, porque entre una sociedad u otra podía haber una Ilustración de por medio.

En fin, que no hubo San Valentín pero sí Semana Santa y otros tantos viacrucis. Solo que, la verdad y la cultura siempre marchan unidas, perdurando por entre las dosis de canalleo pompeyano y mundial, con la justa combinación de una trama extremadamente inverosímil -por cierta y verdadera, tal que el coronavirus- en una descripción razonablemente auténtica de los aspectos de la vida, usando ese libro de referencia llamado Doctor Zhivago, que rezaba: “habría sido maravilloso que nos hubiéramos conocido antes”, frente a la barra libre de bulos y descalificaciones que el puto coronavirus dejó al descubierto.

No obstante, hubo pedida de manos. Y negras, como alguna que otra puta. Citas también, pues queda demostrado nuevamente que los muertos no son nunca malos. Aunque lo mejor son las pintadas: “No hallarás mejor lugar de paso”; “La convivencia es lo mejor, y lo más difícil. Pero es muy bonito vivir juntos”. Todo un patrimonio nacional de esa Italia agradecida y singular, disponible para lo que hiciera falta, guardando silencio sobre las cosas que importaban. Una fase crepuscular más, tan compleja y bien engarzada como la de los astros en la bóveda celeste.

Visto lo visto, hay que estar en el agujero para salir del agujero, luego uno opta por seguir jugando a la lotería, consciente de los valores de cada cual, sabedor que a los niños los tienen que educar los padres, ningunos otros, preguntándose, si ¿hay algún tipo de responsabilidad moral de aquellos que incumplen esa lección de amor del quererse y dejarse? Porque el mundo es mundo y lo de tener que llevar la mascarilla es ideal para ir hablando solo por la calle, que cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, pero simpatizar con sus éxitos requiere de una naturaleza más elevada. No obstante, para mí –La importancia de verse– es un trocito de París, sobre todo, por lo que callan los muertos y por lo emocionante, espeluznante y prohibido de la labor de documentación que me llevó a dar con esta obra, que ni con la imaginación imparable de los cabreos diarios hubiera podido tramar. Sí, me gusta lo que estando cerca o lejos permanece. Apagar las luces y que se enciendan los sueños. O lo que vendría a ser dar por culo sin hacer daño, literariamente.

Y no menos importante resulta saber que “la raza es un concepto social, no científico”.

2
Jul

Lo difícil que es lo fácil

Un tipo que salió de prisión un viernes, en apenas cuarenta y ocho horas no reconoció nada, salvo que la prisión no le había aportado nada bueno, que fue otra catástrofe más en su vida. Cerca de la cincuentena, se saltó cuatro veces el confinamiento, para volver a la cárcel. Sin pareja e hijos, sin un techo fijo, queriendo mucho a su madre y a sus hermanos, que no soportándolos; vivir en determinados sitios y conocer a determinadas personas llevaba a esa fe del entrar y salir del módulo de preventivos, repitiéndosele los días. Y siempre caminando en círculos, como los perros, dando vueltas sobre sí mismos para acostarse mirando a la nada, toda una caja de comportamientos no solo curiosos, echando un vistazo a todo por si hubiera depredadores, buscando la comodidad de su ser. Alguien capaz de disparar de lado y combatir en distancias cortas sin alzarse.

Esa esquizofrenia del que todo tuviera que seguir funcionando era real, ya fuera al amparo de las alegres cortes familiares, de las altas sociedades o de quienes consideraban a la mujer un hombre incompleto, más las emociones y los avatares en la distancia y el despecho. Unos, ante la epidemia, se preguntaban si los mejores años ya pasaron; otros se dispusieron a blanquear, encalando, las fachadas de sus casas. Un rito de la arquitectura popular. La cal quitaba todos los microbios, no las palabras. Recorrer una sucesión de fachadas blancas iba ligado a la propia mudanza de las estaciones, la pulcritud y hasta la renovación de la muerte. El efecto antiséptico y antibacteriano del óxido de calcio, por el poder higienizante de la cal, lograba en los pueblos de la Campania la uniformización académica más allá de las denostadas y faraónicas construcciones de ese fulgor, que, en poco, quedaba en carestías hacia los mastodónticos complejos. En casi todos los rincones de las casas había un hueco con brochas, escobillas, escaleras, tinajas y cubos con cal apagada. Simpatías hacia los dolores propios y ajenos y un buen repasito para coger los desconchones. Una noción de humanidad.

Siempre se distinguió a seres dispuestos a la perdición, otros que eran eslabones. Hacían lo que sabían, y a partir de ahí empezaban a construir. Una mala noche podría parecer toda una semana.           

La pandemia dejaba al descubierto en muy poco tiempo todo lo que no funcionaba. Los culpables siempre fueron los menos sospechosos. Fabrizio lo sabía. Cuando cogía el coche y le daba el sol de frente prefería que le arrollase un camión y pusiese fin a todo. Nadie sabía nada en Nápoles, ni si eran prisioneros o aliados. Antes fueron enemigos de los rusos, y luego amigos. Pero tenían que vivir, y para ello habían de comer. Con la barriga llena, todos hablaban bien de Dios, fuese el que fuese.

Extracto del Libro La importancia de verse

(Novela en curso, a punto de terminar)

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