Tag: madre

31
Oct

Por un hijo suyo

Mientras las gentes del lugar afrontaban sus problemas, otras tomaban conciencia del dolor con una honestidad entrañable. Uno de cada cinco comercios había desparecido para siempre. Los vecinos se iban, los más humildes; los comercios se iban, los más humildes; pero la fidelidad conyugal seguía siendo una maldita bendición para muchos.

Ella era una maestra retirada que vivía bien, aunque a veces pensaba en abandonar ese pequeño lugar, repitiendo el patrón. En otras, era abnegadamente ciega. Valía por lo que era capaz de hacer con lo que sabía. Ni deseaba ser alguien conocida, ni aspiraba a ser alguien que mereciera la pena conocer.

La iglesia le había dado una llave, y Susan podía seguir yendo a tocar el piano siempre que quería. Al cura lo que más le asustaba era el momento de aquellas primeras notas.

Un abrazo podía calmar muchas tempestades. Apretaba fuerte y no lo dejaba pasar. Su marido no tenía que irse a ningún sitio para pensar eso. La mayoría de las madres no disparaba a los novios de sus hijas en la entrada de su casa. Él sí, con su mujer.

Su hijo sufriendo distante esas noches en las que el vodka no hacía lo que llevaba tantos años haciendo, mirando a través del humo del cigarro, gritando a su padre que se diera prisa cuando pagaban por abrazarse a su mismísima madre al pie de la barra que regentaba, en donde muchas personas tenían canciones favoritas y Susan las tocaba a veces, pero no siempre.

La vieja Europa, la nueva América. Daba igual. Una madre era una madre, habiendo deudas que pagar. 

8
Feb

No soy lo que crees que soy

Esa niña necesita que su madre la vigile y esté más pendiente de ella“, pensó la primera vez que la vio. Con el tiempo supo que le importaba mucho más saber estar, vivir disfrutando de las pequeñas cosas, y la autenticidad de las personas en su vida cotidiana. Que tenía una vida bonita, extraña para la mayoría, y en el campo, que era lo que le gustaba.

Bien es cierto que tenía sus cosas la mujercita, algunas veces como una leona enjaulada.

Después supo que no, que el amor no distinguía ni miraba el bolsillo y que la felicidad se tenía o no se tenía, sin apenas poder hacer nada para ello.

A la niña hay que educarla como hicieron con nosotros“, recordó haberlo escuchado. Fue cuando se parecía más a un potrillo que a una adolescente crecida, con una sola amiga, y con poco interés.

Ella tenía un alma libre, tan guapa como distinta, gustándole sentarse en el rellano de la escalera. Escapándose siempre que podía a ver cómo volaban o anidaban los bellos pájaros que por allí revoloteaban.

A los años a punto estuvo de ser madre soltera, resignación dolorosa a la que venció, entre la preocupación y el orgullo. Serena, sin necesidad de estar rodeada de mucha gente, encontrándose bien entre su familia y la naturaleza.

Su único nieto, un niño que nació para ser feliz muy a pesar de todo, también hubo de tragarse la misma historia, casi que de promiscua y atolondrada. De la amiga de su abuela, que tuvo una nieta, cuya madre escuchó como si todo le fuera una auténtica pesadilla lo de esa niña necesita que su madre la vigile y esté más pendiente de ella; o que había que educarla como hicieron con nosotros. Una realidad terrible que había que asumirla, generación tras generación. Algo contante y sonante, heredada de infinitos antepasados y con el sudor de muchas frentes.

Es lo que tenía respirar los aromas que inspiraron el amor de sus padres.

Castigo de Dios y de los hombres en la tierra,

como tantos otros.

 

 

23
Mar

El valor del tiempo

Pareciera que no, pero sí. Había un momento en la vida en donde se precisaba escaparse a ese lugar donde se cruzaba lo viejo y lo nuevo y recordar esas maneras de hablar, de comer y donde el silencio no tenía más señuelo que servir para muchas miradas diferentes y ninguna, como si se descubriera algo nuevo, dejando a un lado las cosas que decimos, las cosas que hacemos.

Ese bazar de la calidad, ese disco de silencio. El frío de la madre.

La casa, ese lugar del que marcharse con tantos recuerdos con los que se había llenado. Nada más ensordecedor; donde antes se vivía con soledad y ahora con compañía en la ruleta de los días, los años y los tiempos. Donde alguien vivía sólo para tener un lugar adonde volver siempre. Dulce y salada.  

25
Oct

Ser escritor y los libros de… sexo para una madre

Sin haber leído ni por asomo la mitad de la mitad de la mitad, un día, toda una madre me dijo que la moral es muy fuerte. Cuando intenté saber a qué se refería, nombró la palabra “sexo”. Y me costó creerlo cuando apenas había leído un cuento para niños, una novela de adolescentes, un libro biográfico y tres obras sueltas ambientas en ficciones muy diferentes pero similares al mundo en el que vivimos, pero sí: esa madre me dijo que tenía una moral fuerte en relación al sexo.

Grecas y Lunares, El día que llovió hacia arriba, La frágil moral, China y su entorno, y Mary McCarthy son títulos cuyos informes de lectura no dicen que haya mucho o poco sexo. Ni lo nombran. Existe, sí; dónde y cuándo se puede o mejor se considera (como la vida misma). Y paisajes o lugares en los que referenciar cada acción, personajes normales y variopintos, comidas, costumbres y otros tantos elementos sobre los que fundamentar una trama principal y otras tantas subtramas alrededor de la misma idea, confiriendo y soslayando vidas paralelas, que es lo que somos y seremos siempre en la ficción y en la realidad.

Le faltó decirme: “solo espero no llevarme a la tumba esta sensación de no ser suficiente”. Fue cuando entendí que la belleza y la fealdad se necesitan, tanto como una madre y un hijo., pues las tormentas solo son tormentas, que ni predicen el pronóstico del tiempo, ni una madre lee imparcial a su hijo metido a escritor.

Habrá leído sobre escenarios de violencia machista, que los dragones no comen helado, habrá resignificado símbolos, imaginado algunos columpios, chimeneas, piscinas, etc. Y su ojo crítico se le habrá embarazado del frío aliento de ser autor sin fama a la que agarrarse. Y sí, en ese tiempo he tenido miedo al miedo, porque me la esperaba así: crítica y desconfiada (como toda madre que se precie). De hecho, las palabras se las hube de sacar yo mismo, ni se atrevía, alegre y seria, popular y selecta, teniéndome presente como a todas esas lecturas “fuertes” que no le han enamorado.

Suerte que no haya muerto la palabra, pero casi. Miró y remiró el pasillo, el salón, la cocina por cuando la dejó atrás y, en aquel silencio tan absoluto, le pude oír los pensamientos… que saqué con no mucha lentitud. Ni se movió, ni parpadeó. El hombre que había frente a ella estaba muerto. Por otra parte, volví a nacer.

Y rencor ninguno, no conozco a ninguna maestra de escuela que no se equivoque. Todo lo que hay que saber para trabajar en la escritura, escribiendo, se aprende poniéndose manos a la obra e invirtiendo en uno mismo y en los demás. Sin hotel ni resort, pagándose como todo hijo de vecino los gastos, y sabiendo dónde va cada palabra, coma, o punto y seguido o final; equivocándose, y mucho, también.  

La última vez que hablé con un editor (como mucho dos meses atrás) me indicó que lo que la gente pide y compra (o se vende) es casi pornografía. No me lo dijo por decir, no; quizás, alguna vez, lo mismo intente hacer algo en ese sentido. Ahora creo que no estoy sacando ese lado, aunque todos los estilos suman. 

En el libro en curso –Gay y discapacitado– vengo a extractar que recordar una guerra (Yugoeslavia/Balcanes) no es malo, vivirla una y mil veces sí. Trato sobre voces de largos ecos, y de que el deseo nos incita a la posesión, no habiendo mayor tentación que lo prohibido, basándome en una adolescente, su madre, el padrastro y un hotel en donde trabajan, más una ristra de arquetipos y personajes con los que ofrecer otro tipo de libertad, demonios, emociones y vivencias luchando sin uniforme, a base de mantener la serenidad y la firmeza, buscar la concordia, admitir muchas tolerancias y, no perder el compromiso con uno mismo. Uno de los personajes sostiene: “yo no tengo amigos, tengo familia”. A ese, la erección continua por el miedo le sobreviene de la guerra y la edad que le toca vivir una y mil veces. En unos meses lo tendrán publicado, para quienes gusten y deseen atreverse a criticarme sin titubeos y con conocimiento de causa. Adelanto que lo que estoy aprendiendo de toda esa labor de documentación e introspección es que toda guerra condiciona al hombre para matar, haya o no balas, y que se puede llegar a querer tanto que la sangre de los inocentes e infieles rebose deliberadamente. Y, en lo que me queda de ese y otros libros, encajaré la “tristeza verde” en lo más profundo de cada poro y de cada hueso, como hijo/escritor.  

Libros “de moral fuerte” para criticar como una madre

www.pebeltor.com

9
May

Economía verde y circular, dicen

Ese día pensó en cambiar la madre, abogando por tirar las flores, tan extraña y normal, como si tal cosa. Se iba a reciclar y le estorbaba todo, por descontado, primando el interés del momento. Pero claro él llegaría y preguntaría, indudablemente.

Lo que ni su hija sabía era que se había borrado la cara. Su propia madre ya no lo era tanto. Para cuando le preguntase la joven, estando guardando las fotos, debía estar segura, manejándola sin pesar y tratándola como adulta, con la certeza de que no habría pasado nada. Era una voluntariedad aceptada.

Un buen amigo siempre estaría libre. Una cosa era el vino y otra el amor. La frontera de la edad volvería a ser básica.

6
Sep

¡Mujeres!

Puede que al final sea la persona más egoísta y de cuyos días y protocolos de conducta nada haya que aprender, si bien, cuesta creer que nos resulte inquietante su quehacer a tan corta edad: la hija de puta está leyendo. Algunos, ya mutarían de compulsión solo de verla, no la querrían como amiga, incluso de hija si me apuran, que las hay.

Imagino que hasta pudiera tener colmillos de lobo por solvente y ecuánime que parece la puta niña. La madre, digamos que tampoco se vanagloria o escurre, lo mismo ha sido ella quien le ha comprado ese libro, o ni es un libro como tal, sino un cúmulo de acertijos o pasatiempos, pero está en sus tiempos… juntas. Y la madre es madre: otra de esas mentiras que se cuentan para avanzar.

Seguro que también la habrá puesto a entretenerse, o al menos intentado, con un sonajero y una muñeca o pelotita, no tiene por qué no, o dados rotos. Tratándose de una madre y su niña todo es posible: son.

Y luego dicen que la ley es lo único que nos hace a todos iguales.

También serviría escribirse palabras con las yemas de los dedos en la espalda o en los brazos (por donde más sensibles son), siempre que no se mire y hagan trampas, obligándose a adivinar lo palpado… El papel no es lo único que lo admite todo. ¡Pero qué pena!, los grandes símbolos son grandes blancos por extraño que parezca.  

Ojalá que ese vagón les deje lo más cerca de donde quieran estar, madre e hija, lo mismo ya han conocido casi todos los infiernos que este mundo habitan. Sí, las ciencias modernas y las políticas imperiales nos han robado muchos milagros…

¡Si no fuera por las Mujeres! Ni con ellas ni sin ellas, ¡qué hijas de puta!

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