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23
Jul

Ser escritor -Ítaca-

Un trabajador que escribe a su Luna se engancha a todo tipo de degradaciones, que es lo primero que uno observa y relata. Una droga menor, pero droga al fin y al cabo: escribir, venderse. Y como decían en Alejandría: la importancia de disfrutar el camino, cualquier camino, y no sólo añorar el objetivo.

El demoledor retrato de cómo se gestan las literaturas diarias es ese: trabajo, hastío, intereses… casualidades. Y no, no seré el duende de los títeres. Tengo mi big data (ahorrando costes dentro de lo razonable: sostenibilidad). Es lo que pienso, es lo que creo. Así también escribo, en mi desconexión, otra manera de ejercer y de contaminarme en todos los sentidos, purificándome de mayorías, simplezas y hasta de mí mismo. Escribir es repulsa, y familia. La invención de la soledad y la paciencia pudiera ser lo más tradicional, lo más parecido a la tecnología sensorial. Rueda del oro de todas las marcas y empresas, conjuntos de personas. Si bien, no existe un secreto simplificado para rearmar una empresa o relación cuando no funciona, salvo la base, el armazón: los puntos de encuentro. Sí o sí. Los Cíclopes, los Lestrigones y la fiereza del dios Poseidón no aparecerán en tu camino si mantienes un “pensamiento elevado”, aseguraba Cavafis; los peligros sólo surgirán si los llevas dentro, si tu alma los pone frente a ti, decía el poeta griego.  

Unos lo llamarán coser rotos, otros, no empezar la casa por el tejado; los menos, quienes no se afanan en demostrar la existencia de ningún Dios, dirán otra estructura. Y en toda estructura, sea de personas o de recorridos y arquitecturas varias, lo que rige es el orden establecido y el criterio a seguir. Yo adopté el mío con ella, no pudiendo vencer ni dejarme batir; en el trabajo, he de manejar el timing; como escritor, qué menos que saber de las sincronizaciones. Antes escribía alocado, quería subirme a un tren que no sabía si estaba pasando o no; desconocía hasta mis propios movimientos: necesitaba darme a esa velocidad, que me asfixiaba… De algún modo voy aprendiendo a controlarme, a saber esquivarme: respiro. No me queda otra, los golpes van y vienen, y se ha de mantener la mente en el tiempo presente.

A los que hacían las Américas les asesoraban con lo de “necesitas un nuevo nombre para tu nueva vida en América. Olvida el apellido. Pero uno no puede llamarse Rockefeller cuando quiere dar rienda suelta a no se sabe qué, o arreglar una empresa o una relación, ni con diecinueve años o noventa y nueve; nunca. Ciertos logros requieren de recias espaldas y de manos enormes, no así de pies inquietos de los de caminar sin dueño: hay que saber dónde se pisa, y ser lo bastante fuerte como para que te duela. Escribir me ha ayudado a sentir mejor. También a saber discernir cuando la oferta que se me presenta es traicionera, o sencillamente es la que es, y debo analizar ¿qué llevo perdido?, ¿y qué llevo ganado?

Pero sí, una buena suma de dinero no estaría mal; y un beso, mayor o menor; o un abrazo de los de verdad. En algunas sociedades se hace una limpieza a fondo, con pintura incluida por dentro y fuera del domicilio al fin de un ciclo, en otros al comienzo, que es como debo verlo, aunque esté cavando mi tumba porque siendo independiente te tildan sin serlo. Supongo, que limpiar es otro modo de allanar a los vociferantes, con regateos, pues no es posible escapar del miedo, solo contenerlo, pero sí, dicen de uno… No me queda más que dejarles, que te elijan es la primera mitad de toda guerra; la otra, ejercer el puesto. Ítaca brinda tan hermoso viaje.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Presencias que hasta se yerguen en tu alma. Escribir es como soñar lo inexplicable, tocándolo. Una ambición de la vida en modo tenue. Fuera de octubres. Cercano, distante y normalmente desentendido, todo, lo uno y lo otro, siendo un buen gestor de recursos y de sentimientos sin que te afecten más de la cuenta. O sea, como toda relación que se precie o haciendo de buen ejecutivo: aburrido, formal, decidido, prudente y virginal, pero siempre con toques rotundos y tímidos.

Pero ¿qué hacen los gurús de la gestión para aunar y rentabilizar proyectos, vidas? Hoy en día hay hasta cursos de cómo ligar (cómo entrarle a una mujer, leí recientemente), con clases teóricas y prácticas. Yo creía que nada superaba a cuando uno va a dar el pésame a un funeral, y se ríe -como medida de gracia- con el allegado del fallecido, en un duro y feo gesto cruel y animoso, recíproco más bien: de inteligencia excepcional.

El caso es que uno siempre ha de tener un plan. Quieras o no compites, la vida te lleva a emprender caminos diferentes, estés o no en una majestuosa posición; la vida te incauta. Y de manera natural no se aceptan las divinas dádivas: todo tiene un precio. Si eres jefe te revisten de cabrón, lo menos, a poco que hagas o dejes de hacer a las naturalezas, por más que quieras unir el esfuerzo con la rentabilidad, lo tradicional con lo innovador y las emociones con lo sustancial. Y si eres un querido, los primeros días pasan pronto, y la esperanza de alcanzar cierta satisfacción interior también se va con las biografías del silencio. Eso, en caso de tener trabajo o alguien a quien querer. ¡Qué también es lo que me pregunto!, ¿sí tengo trabajo?, ¿sí tengo vida escribiendo? No quiero ser un fotógrafo retratista, tengo mi temperamento, y por supuesto mal genio, sé de lenguajes bruscos e insultantes y de hacer las cosas a regañadientes. Gestionar, escribir, no es un juego de niños. Los escritores hacemos que las cosas sucedan. También sabemos de las cadenas de malas decisiones, o de que nadie quiera escuchar a los trabajadores; toda gramática de gestión se parece al boxeo. Ansiamos dar ejemplo de aquello que exigimos, y aceptamos lo que nos viene… pero para llegar lejos mejor hacerlo con ventajas: conciliamos, aunamos.

Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Todo arte y oficio tiene su profesión. Sus códigos. Sus extrañezas. Tiempos. ¿Pero y si te quieren y no estás preparado, si te han pillado a contrapié?, ¿si alguien tiene interés en conocerte? ¿De veras se puede redescubrir que la comida tiene un sabor diferente?, ¿y que la lluvia no cae solo en mi cabeza?… Me han elegido, me han condenado. ¡Qué cabrones!, ni un mal secreto simple… Me han usado como a todo soldado, diciendo sin decir.

Si la memoria no me falla: he pasado por no tener ganas de conocer a nadie; no apetecerme trabajar, en absoluto; no tener ni la intención de extrañarme por las extravagancias, que las sigue habiendo; e incluso a tener los ojos agresivos… Me siento preocupado, por cuando el llorar ya no es de niños pequeños. Es lo que me ajusta estrictamente a la realidad. Inevitablemente hay que trabajar, disfrazado, en la mayor parte (hasta los vagabundos se disfrazan). Y he de ser referencia, ese es mi poder: dar ejemplo. Así como controlarlo todo, sabiendo delegar y hacer. Sí, será un paseo largo, por corto que se nos haga; o viceversa. Llega un punto donde lo que importa es no hacerse daño. No vale con permanecer a la expectativa, y ser uno más de esos retratistas. En todo anuario de la vida terrenal, observar el rostro de otras personas, más rostros cada día, todos distintos y al tiempo iguales, te mantiene los ritmos constantes y te da la seguridad de que los mejores días están por llegar. Así debo entenderlo. Y a los de dientes grandes y brazos flacos, se les ha de urgir con o sin dientes; me tocará a mí, lo llevo reclamando: oficio. Es la alianza global, como al escribir, porque nadie sabe qué va a salir cuando se enfrenta uno a una página en blanco… aunque nos movamos por plazos, objetivos y organizaciones. Y sale: se escribe.

Pero no tiene ya nada que darte.

Dicen que en la entredicha radioactiva ciudad de Chernobyl ha vuelto la naturaleza toda vez que el hombre ha desaparecido y se ha dejado lo salvaje, ¿pero qué naturaleza?, ¿será buena o mala? ¿Qué timing conlleva Chernobyl? Las oportunidades, crecimientos, también pudieran ser incontrolados: nefastos. ¿Acaso es ahora Chernobyl una jaula de oro?, ¿flores que tararean sin problema? ¿Es esa la cara rica del planeta?… No soy lo suficiente mayor como para creerlo. Empiezo a sentir una intensa aversión; empiezo a ser una perra chica. Qué quieto parece todo en ciertos momentos. Pregúntale a tu padre, asesorarían los de las Américas. Y ya no tengo. Pregúntale a tu madre, dirían, de saberlo. Y ni en un acto de desesperación veo solucionar ese punto muerto tan nuestro. Nunca di un paseo tan largo al volver a casa: iba con ella, sin ella; sin duda, algo mejor que nada, quizás lo más preciado para un hijo, e insuficiente a todos los efectos. No fuimos capaces de hablarnos. Andando. Como las leyes de la realidad: ese trayecto será uno de los más recordados, en toda mi vida adulta y de niño máximo. Mi madre jamás ha llorado delante de mí, pero vertía lágrimas a escasa altura de mi cuerpo, con el rictus serio y la vista alzada hacia adelante, seca, a punto de abrir la boca y de decirlo todo y nada… pero sin nada de preguntas: solos, extraños. Patético, tampoco tengo padrino ni madrina. Solo tengo mi rara normalidad, mi respeto. Mi desprecio y exigencia… mi naturaleza: el deber.

¡Ojalá pudiera cerrar los ojos y despertarme delante de un nuevo escaparate!, ¡qué pasen sencillamente esas cosas que no pasan y todos queremos tener!, ¡qué las cosas rotas se arreglen!

Y no, no hay ni silencio. Es un ser y estar conmovido. Todos los semáforos están en ámbar, espejos de almas simples. Hasta querría ser mudo y que me operasen sin anestesia para ver mi propio estallar… para que todo cambie súbitamente, para que nada sea igual… Como hijo, como escritor, eso debo hacer: cambiar las dinámicas. Las actitudes. Pero que todo siempre esté listo. Que nada falte. Siempre con las perfectas educaciones, que no somos ni seremos marionetas. Que los secretos de quienes se hablan y no creen ser vistos no hagan más daño si cabe. Una sintaxis aparentemente desordenada, del medievo; bajo una misma lengua: palabra, orden y mando, con la espada en alto e historias que contarnos. Trabajos de una misma luna: existir, pues lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido o esperar que la historia devane los relojes y nos devuelva intactos al tiempo en que quisiéramos que todo comenzase; que llega el momento de ejercer más y mejor.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

Por eso, es importante leer las señales que da una persona desmotivada. Nada le parece suficientemente bueno y se queja. Evade su responsabilidad y da excusas para no cumplir sus metas. No siente entusiasmo por su labor ni busca aprender de otros. Evita el trabajo en equipo y no tiene iniciativa. Destruye la moral de la empresa al difundir rumores o malos comentarios. No apoya la misión y la cultura empresarial. ¿Por qué sucede esto? Si bien hay empleados, personas, que simplemente no se ajustan al perfil de una empresa/relación, y otras veces son las compañías las que fomentan este tipo de actitudes en su fuerza de ventas/Servicio. Es vital reconocer el mantenimiento del negocio. Satisfacer sus necesidades ayuda a que tengan mejores resultados. Si dentro de tu relación/organización se presentan situaciones de esta naturaleza, pero no sabes las razones, hay que preguntarse puerilmente: ¿Qué tienen en común una estrella, una interrogante, una vaca y un perro? Es una pregunta curiosa o más bien completamente extraña y confusa. No he enloquecido aún. Estos cuatro elementos representan gráfica y metafóricamente algo llamado Matriz BCG. Aliados que ayudan a analizar tu cartera de negocios de manera estratégica para que puedas decidir en qué empresas, personas o productos vale la pena invertir y en cuáles no. La matriz de Crecimiento-Participación, en primera instancia lo reduce todo a una vaca, un perro, una estrella o un interrogante. Nada de princesas de mármol o de cristal.  

No toda inversión es efectiva: están los mercados, los ciclos de vida, etc. Hay que categorizar. Enfocar inversión/beneficio para averiguar la rentabilidad. Como escritor, hace tiempo que decidí escribir para mí: analicé los años de vida que tenía, ¿cuánto invertiría?, evalué posibles ventas, mi participación y estrategia. Como jefe, sin serlo, analicé con qué equipo trabajaría, las normas a cumplir y el factor tiempo, además de la oportunidad, pues debía reconocer y aceptar mi propia sombra. Y decidí, que somos lo que somos. Igualito que cuando incrédulo, comencé un diario, medio esquivo medio decidido. Necesitaba coser mis rotos. Ahora, debo manejar las prosas y los versos, algunos torcidos, con docilidad, rigor e ilusión, bajo la misma lengua que se nos va yendo cuando no somos, canalizándolo todo. Paseando en corto o en largo, pero estando, cuidando: los perros no hablan pero oyen muy bien.  

Actualmente, si preguntase por un nuevo nombre, ya estaría perdiendo el tiempo. La prioridad es la que es: cumplir y hacer cumplir; sí, cercano, racional. Plural. Y lo demás son historias. ¡Qué pase lo que tenga que pasar en todas las lunas de lobos! Estamos condenados. En muchas ocasiones son nuestros propios demonios los que nos estorban… hasta el paladar. 

Todos queremos volver a casa, a Ítaca,

avistar desde el mar la isla en la que crecimos,

volver a ver a la mujer que amamos y que nos espera hace tantos años.

PEBELTOR

 

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