Se sentó de un salto en el borde de la piscina, junto a ella. Su cuerpo mojado relucía. Echó hacia atrás una mano apoyándola sobre una de esas baldosas, para mantener el equilibrio; el otro brazo hacia ella, por la cintura. La miró y le dio un beso en el hombro desnudo.
Lo último que envejecía de una mujer eran los hombros.
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