Sitios que bien podrían ser el faro del fin del mundo, lugares donde uno se aleja de las reglas del tiempo y atiende a otras lealtades que huelen a sencillez y a humanidad, ante lo insólito de la situación… porque por más sonajeros, encierros, herraduras, alarmas, turistas y candiles que nos pongamos o con los que nos crucemos, el lugar es como para pegarse un tiro.
Ese mundo latente se asoma sin engendros desde la Roma, pasando por el Renacimiento hasta las edades modernas, desde luego con evidentes aciertos. Es, por tanto, una realidad discreta, oculta, lista y desvelada que da que pensar, no solo ver. Ahora, como entonces, no sé si podríamos crear así de bien. ¿Acaso es que no nos impregnan tanto las efusiones carnales?…
Merodeo, visito, engarzo situaciones, me ajetreo en según qué circunstancias y salen esos pulsos profundos, bien logrados y mejor definidos. La fuerza irrefrenable te lleva a querer verlo todo sistemáticamente… Y lo del silencio… lo del silencio es igualmente cierto: en este lugar existe una canción para los vivos y otra para los muertos. Quizás sea lo más propio del lugar, y lo que infunde más respeto, desamparo y abandono.
La próxima vez tengo que venir acompañado, tanto matiz, tanta riqueza, te deja solo y te otorga una personalidad rara, muy marcada: maquiavélica y florentina; supongo que con ese hacer bondadoso del compartir afectos y fraternidad, todos estos cánones que otros idearon calan mejor al alzar los ojos ante la inmensidad, una tras otra, provocando ese vacío que pide a gritos.
Sin duda, seguiré abusando de este lugar privilegiado y dinástico aunque lo vea todo del revés, pues los fantasmas a uno siempre le persiguen por aquello del trágico realismo. De ahí que me sienta un oso y no un niño, pero un oso bueno, al menos… con un pie en el paraíso. ¿Cuántos habrá como este me pregunto? como parte de todo ese extrañamiento, plagado de todo ese sentido del tiempo que atenaza y turba como si fuera contando nubes y más nubes, sumido en laberínticos paseos bajo la realidad, la alucinación y el sueño.
Porque lo de soñar, sigue siendo mi epidemia y mi albor. Quizás ella esté aquí, lo mismo es que un día vino y ya nunca llegó a recuperarse completamente, quedando en tal apogeo… Aún es de día, me creo, y miro de soslayo mi musa. En casa, la sombra del ciprés es alargada, el campanario siempre suena igual. Viento sur hace, el perfecto para un viajero emigrante, las basílicas y galerías. Y hojas rojas veo por esos mundos. ¡Hasta los árboles son refugio! Dan norte, a todos los sueños y cuerpos cincelados.
Ufff… apenas unos días que llevo, y ya lo siento como un año en mis vidas. ¡Qué guerras disputaban nuestros antepasados! Yo querría ser uno de esos príncipes destronados.
“El mundo que agoniza“, dicen los que no tienen madera de héroe como los de antaño, o los banqueros que no saben gestionar todos los parabienes. ¡Anda que no estamos despersonalizados! amorfos y sumisos. ¡Cuánta estrechez, abandono y miseria! Y qué bonito es esto, todavía me siento como un niño, muy lejos aún del nunca o nada, del todo o siempre, amigo de su propio oso. ¡Será Florencia!, ¡será el renacer!
A la metrópolis le sobra toda la masificación para poder abordar de mejor modo los reductos de integridad y autenticidad mágicamente, que los hay, tantos como muertes y resurrecciones, censuras y aquellos sentidos del progreso tan dignos como vapuleados. Tal vez sea el tráfico, las intransigencias o los pensamientos negativos lo que a uno le hace preferir salir escopeteado, que albergar más y más. O que no sé musitar más de lo razonable, expresarme, cambiar mi mente y mi vida, entumecido y necesitado de dosis de fantasías. Los monstruos y los fantasmas son reales: viven dentro de nosotros por aquí, y a veces ellos ganan. Sí, y los creyentes con una mano rezan y con la otra pecan. Primero las sonrisas, luego las mentiras, por último los trompicones. He matado a la mayoría de los malos, también a alguno de los buenos. Estorban. Sabía que iba a ser laborioso.
¿O será el reflejo de lo que uno quiere y no puede? No soy un santo inocente, ni los que aquí perecieron, y crecieron. Hay besos que se dan con la mirada, otros de memoria.
¿Quién sabe si tendré una gripe incontrolable entre tanta belleza y me quede? Florencia es la epidemia de la primavera al albor del otoño: duele todo, gusta todo. Lo mismo hasta lloro de dolor al intentar huir: parece imposible volver atrás. Necesitaría volverme de hielo, imaginar e idealizar la rutina diaria.
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