Tag: favores

16
Ene

Noches sin luna

Imposible dejar de quererla. La forma de las ruinas se le aparecía a cada momento, así como el ruido de las cosas al caer. Volver la vista atrás no quería. El hombre de ninguna parte ardía y pasaba frío, se le habían caído los muros de su cielo.

La vida seguía, como seguían las cosas que no tenían mucho sentido.

Jamás le supo decir “te quiero”. Y la quería; y la quería querer y seguir queriendo. Maldiciendo las cosas que no habían pasado, y también lo que había pasado y no debía de haber sucedido.

Ya no la buscaba de inmediato, se contenía, se lo había prometido a sí mismo. Eran parte de un sistema desalmado, urgente, impreciso, encarecido. El sabor de tragedia mediática lo escondía, no se lo había dicho a nadie. No había acudido a nadie para reparar esa pérdida. Seguía escondiéndola.

La mirada de los ausentes intentaba imitar en los días y los trabajos y no le salía. “Somos todos escapados” pensaba, porque entendía que no era el único desgraciado, ni ella apenas una sola sombra larga, la que nunca sería uno de sus muertos, porque siempre la tendría viva en sus adentros.

Dejarse fue algo inmediato, imbécil. Necesidad, fiebre, hubo silencio, y cosas que no debieron decirse. Sentía dolor al recordarlo, porque arriesgó todo en lo personal y casi que en lo profesional.

En la casa todo le recordaba a ella. Y no tenía vuelta de hoja. Así como con el zumbido estridente, de silencio ruidoso, no definido claramente más allá de su falta.

Incomodidades y molestias físicas aparte se querían. Sobre los comportamientos, un extraño alegaría problemas de comunicación.

Era la desaparición del mundo tal y como lo conocía. Sin furia abierta, contenido; sin luna, estando llena; con mucho por hacer, y esperando un golpe de suerte. Protegiéndose de los vagabundeos atrevidos.

Sintiéndose extraños, que ninguna lealtad se debían, ni tampoco compasión, o peor (palpitaciones violentas, sudoraciones instantáneas, palabras de corrido).

Casi que mejor mirar los movimientos de la noche, las luces verdes y rojas de los aviones que se veían cuando el cielo estaba limpio, el rocío acumulándose en las ventanas bajando el frío, o el grueso de las formas, luchas de individuos por hacer respetar sus derechos y ganarse el pan. Un prodigio de torpeza, al fin y al cabo. Dejarse hacer y querer volver a ser nadie.

Un ruido ininterrumpido y a la par eterno que no daba señales de querer irse, para siempre suspendido en la memoria. Quererse, admirarse, tenerse, cuidarse. Necesitarse. Saber ser parte de uno mismo y de la pareja.

Ella siempre tuvo su misterio. Su sombra sabía lo que temía. Allí también la vida estuvo en otro tiempo. Una mujer casi que de cejas depiladas y ojos tristes por encima de todo, más los pliegues de la carne pálida a quien echaba en falta acariciar con un dedo sus muslos, su ser. Estilizada y fuerte; frágil y capaz.

Las alfombras, los neceseres, los abrigos, el cuadro, aquella caja… Una mujer selectiva hasta para pedir favores, porque el agradecimiento podía convertirse en esclavitud.

Pronto arrancaría el juicio por agresión sexual a dos sobrinas en desamparo.

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