-La urgencia no hace que se cambien métodos que funcionan por métodos que no funcionan -dijo, cambiándole la cara, normalizando su propia vida.
Con expresión de fugacidad y gentío, entrando en juego todos los sentimientos, le sobresaltó la belleza de lo cotidiano. -Recupérate, o ya no podrás volver al mercado de toda la vida, guapo -asintió cogiéndole la mano.
Esa persona de rutina, que antaño fue previsible, revivió la lucha entre sueño y vigilia con osadía, insolencia, atrevimiento y arrogancia, más ya no veía lo que todos. La fuerza y el poder de la carne estaban en otros menesteres. La historicidad de la vida siempre fue un avance sin retrocesos. Práctico, recordó en su taimado descanso, sabio de recuerdo: -Te estás quedando sin amigos.
No había nada como ser rico o tener mucho talento, y le salió a flote, sin soltarle la mano, queriéndolo. -Yo no prometo nada excepcional. Hoy miro el rencor mucho más tarde que ayer.
No mucho después, pasó la enfermera de planta y ni ella ni nadie pudo cambiarlos, dando paso al árbol del infortunio y a su oficio. Unos en el corazón de la muerte, otros en el corazón de la vida. Estrellas y santos.
La fuerza de la voz del celador no dio ninguna otra explicación al suceso cuando le avisaron, simplemente empujó y condujo la camilla, habiendo interrumpido su frugal cena en un mantelito. Cosas de este mundo.
Resultó, sin embargo, que nadie regresó a casa esa noche.
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