Hay días que ser escritor viene a ser como sufrir la muerte de las mil cuchillas sin enterarse, todo, por una permanencia en ese pacto de falsificadores con un pie en el paraíso y otro en el corazón de las nueve estancias.
Son temporadas salvajes creando oportunidades, con especulaciones de Judas sin más remedio que seguir y seguir por no volver a empezar con nuevas presencias reales, chacales, símbolos del éxtasis, lecciones de los maestros, fuegos, soles, fiscalidades voluntarias y responsabilidades sociales hasta desaparecer de uno mismo y tenerse, dado que a cada palabra toda historia comienza.
Como blanco de plomo, uno acondiciona y define todas esas marionetas siendo sin serlo, porque se puede ser la Reina de Suecia o el peor oro viejo con tal de aportar experiencias; no hay puertas para el infierno con tal de innovar y de estar allí, cambiando los órdenes de prioridades y sabiendo de las heridas del tiempo.
Caben hasta las perfectas educaciones.
La mujer de la escalera lo sabe, a veces me siente farfullar subiendo o bajando cuando voy bajo el celo de Dios con cinco meditaciones lo menos en tal mirada a mis universos.
Otras veces finjo ser un caballo, una burócrata o los pedales de una bicicleta y un sinfín de palabras que reúno en mis manos, pero lo mejor son los años ligeros cuales milagros prohibidos, que no deja de ser el peor de los enemigos, desgarrado y atado.
Hijo de todos, uno que indaga en su oscuro camino hacia la misericordia escucha, observa, serpentea en la luna y las minas… en busca de silencio. Es meditación y el viaje del duelo: otro arte de vivir en la ciudad.
Como las mil cuchillas, resuenan las bandas sonoras, los secretos de quienes se hablan y no creen ser vistos, las dulces historias de las mariposas y las libélulas, rituales y circunstancias casuales, las muchas vidas de repuesto, gentes con pistola, manos izquierdas, sangres, tuberías, peces de colores y todos los azules marinos.
En las tintas, no hay vidas de animales salvajes, todos somos semejantes, aunque ninguna mujer se parece.
La modelo descalza que parece acabada puede ser un caballo negro, un testigo de reputación, habitar a un rey loco diciéndole lo hermoso de morir juntos y jalear todas las suertes malditas.
Cada noche, en cada baile, el escritor fundamenta sus llaves de alquimista relatándose un libro largo de cuentos cortos, y salen los misterios de cuadros robados, indignaciones compartidas, los oídos atentos a los pájaros, tiranos del blues, calabozos y tiempos de hielo entre otros. Todo, por darse su merecido.
¿Cuántas veces se ha preguntado un escritor cómo funciona el sistema?, ¿cuántas veces se ha reformulado mil delitos?, ¿cuántas veces ha alquilado un descapotable?, ¿conspirado?, ¿o sentido dolores que unen?… por meros detalles, tatuajes más o menos sexis, risas, heroicidades de los jefes de manadas como piratas bien educados y pesadillas favoritas.
Sí, el gremio secreto de los libros tiene esas conexiones con las confesiones. Todos somos piratas. Es la misa negra del peso del mundo, la salvaje delicadeza que realza a los comisarios, pero solo amanece en esa tierra más amable que el hogar si estás dispuesto a ese veredicto impuesto. Un mero paseo puede llegar a suponer tal que siete años de abundancias y riquezas. Es un gran frío de experiencias y curiosidades, tratamientos: la otra piel.
Araña, cisne, caballo, bajo ese paraguas uno es reo y palabras heridas de un bucanero y todos los más allá de las tinieblas. Nieve verde si acaso. Y mentiras aceptadas con todos los matices cuando el olfato participa. Realmente el beso del diablo: fiebre.
Somos los que vemos las primeras veces de dos o más que no se quieren en realidad. Recados, castigos para los buenos, caballeros fantasmas y los hilos enrevesados como confianzas totales. Zorros que están en boca de todos y nadie.
Cuentos populares de la madre muerta, mediterráneos, leyendas y pausas de las buenas. La nieve por tres veces… y faros por dentro.
Por más preparado para todo que uno salga, cuando la tierra se vuelve de plata el ritmo normal de los cuerpos gritan los imposibles y actúan como esa segunda piel recibiendo momentos, sabores, colinas, hombres sin cabeza y un complejo de eslabones que ponen de nuevo la luz de los focos hasta las tantas de la madrugada… por tiempo limitado consideré en los comienzos…
Y no.
Una sanguijuela roja a las cuarenta y ocho horas, suelta y se da a sus reflejos, no a otros, pero los ecos de tantas trampas, postales, vidas, chantajistas, seres pelirrojos y electricidades, dejan a mis ojos como espías mezclándolo todo y a todos.
Ojos negros, de ejército furioso y capitanías varias, de policía descalzo y de triturador de huesos, de paciente cero y de un hijo de puta retorcido; muy retorcido cuando la cosa quiere.
¿Qué pasa en tu cabeza?, preguntaría alguien, creyendo ver a un chimpancé en el lago de mis pupilas. O ¿por qué hay todo y no hay nada en tal nulidad? Más de repente llaman a la puerta, y… la piedra de la paciencia lo cree saber todo. Vuelve la muerte blanca, fluyen las conspiraciones, se sienten nudos por los amantes y sus infamias, hasta se venden a los amigos y se ensayan cartas a Poseidón.
Es el mal del pasear, donde mejor canta un pájaro y escribe un escritor. ¿Y luego qué, porque las ansias carnívoras de la nada siguen y siguen con sus retahílas?… Ni los loros de siete lenguas acallarían los ritmos lentos, guerras de mujeres, urnas sangrientas, fragmentos de interior, arenas movedizas, ataduras y visillos: sueños. El libertino de calidad es el peor de los dragones: muere en la rectoría, cual asesino en escena. Ni una dirección equivocada le detiene. Tanto pequeño zoológico es un caso perdido: el más bello amor. Eso no ayuda, no, pero son clientes asiduos con los que desvalijarse. Tiempos de clásicos presentes. Otra vuelta de tuerca. Una ínsula de cuentos de prosa y verso: espejos de almas simples. ¡Sí!
El dulce veneno del jazz diario y los cielos repletos de tangos, ¡y que se levanten los muertos!
Huye rápido, vete lejos… a un lugar incierto, las cosas pasan: todo lo que tengo lo llevo conmigo.
La ciudad estaba sitiada, toda esa manzana suya era un fortín contra el fin. Sobre todo, a esa hora: la hora de la estrella, del disimulo y de la sinceridad. Donde con esos cuentos reunidos no terminaba de aprender a ser feliz.
Quinientos treinta y tres días llevaba esperando la hijita, y cuando el final se acercaba más se lo creía. Entendía que todo era una prueba, un manual de remedios a su ansiedad. Por buena estaba sola, su madre y sus hermanas estaban en otro gabinete, siete pasos antes.
El cuento de la hormiga no valía. Quería ver entrar a su padre de una vez por todas, cual nostalgia del absoluto. Ni cumpleaños ni nada que la coronase, estaba en su arte de callar; extrañamente esperando. Pero sí, una de las diez posibles razones para la tristeza del pensamiento era cierta.
La decadencia de la mentira era esa.
Ser escritor no sale espontáneamente, a pesar de que algunos tengan la mejor idea del Universo. No es mi caso. Ser escritor hoy, porque desde hace unos años lo soy (PEBELTOR), formalmente, y esos años no son tantos comparados con lo que la ciencia y las relaciones nos van indicando, es poder modificar la vida, porque nadie sabe qué ocurre cuando cierro la puerta de mi casa.
Unas veces tengo instantes decisivos, otros soy regio, están las alegorías de tiempos pasados, gente corriente, trifulcas, paraísos olvidados e ideas que no se matan, porque un escritor escribe. Sí, como escritor lo hago, aunque me estén picando un sinfín de escorpiones.
Y se hace, también, cuando te persiguen los inviernos o existe esa presión bien parecida a la que tienen las mujeres cuando no son madres y están en edad de merecer. Las letras son parte de esa mercancía defectuosa que uno puede llegar a sentir por sí mismo o por otros.
Son palabras que no mojan sino que enjugan, y son puñetazos. Hoy, ser escritor no es formar parte de una estipe, se ha popularizado tanto que no se sabe lo que es íntimamente vital, en ciertos casos; quizás, porque se ha desentendido la palabra del otro eslabón de la cadena: la lectura.
Decía que escribir modifica la vida, pero con los ojos en un punto perdido de cualquier calle u otro lugar, sueño o recoveco.
Es la lucidez de la locura, sentimientos.
La importancia social podría orientarse a rodearse de rutinas y hacer flotar los aires con mil giros, dando con las contorsiones que no nos desmerezcan, a, quienes somos escritores. O bien, enfocarlo en función de las ventas de los libros.
Brújulas, cifras, que son o debieran ser dinero y psicología, no obstante, el sesgo presente, el anclaje, la subjetividad es toda esa empatía que cada cual reúne la transforma en entusiasmo emocional, para sencillamente seguir escribiendo, porque un escritor escribe. Es la soledad del autor: volverse sombra.
Horas sumergidas que son vida y obra; así es PEBELTOR, donde se constata la perdurabilidad de todas esas cumbres borrascosas y las voces acaecidas de contralto, casi etéreas a veces, conformando esa balconada de cristal desde la cual relatar.
Es más, parece que llego a acostumbrarme a que todo sea un valor oculto. Uno aprende, y mucho, observando, diciendo, siendo… Y tal vez represente una parte no significativa de la capitalización de muchos, ahora bien, es un trabajo que no acaba en uno mismo. Es tal el incendio invisible que no hay suplicios, ni manuales para triunfar en las nuevas eras.
Como escritor, uno escribe las frases que suele decir la gente, lo que piensan, lo que sueñan, asomándose a los bordes del mundo.
La escritura es el hermano sin esperanza de la palabra, porque la pone en evidencia. Somos seres biológicos y tenemos afectos que se ponen en funcionamiento ante determinados estímulos, no nos engañemos.
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