Tag: Doctor Zhivago

5
Nov

Amores y correspondencias -La importancia de verse-

Como el amor, matar era tomado como algo demasiado serio, verdadero, demasiado civilizado y sumamente desapasionado para ser cierto en otros lares. Pero tampoco eran temerarios, se trataba de gentes que procuraban mantener sus convicciones para mantener sus estilos de vida, siempre desarrollando una profunda agresividad contra quienes los rodeaban.

Roma y Pekín abogaban por un pacifismo transigente, reflejando sin paliativos todos los horrores de la guerra si fuera preciso. Los veinticinco poemas de la obra del Doctor Zhivago hubo un tiempo que estuvieron sumidos a los yacimientos arqueológicos y las catacumbas, no para exponerlos en otros claustros.

Otras similitudes entre ese occidente napolitano y el oriente chino se producían con la poca o nula importancia que tenían los índices de sentimiento económico, la confianza industrial o los datos de parados. En una parte del mundo y en la otra porque había un exceso de prevención y porque todo lo que necesitaban cabía en una maleta.

Latinos o chinos, la vida les era solo la muerte aplazada y la felicidad la ausencia de dolor, donde de vez en cuando se aprendía algo y se olvidaban días enteros, pensando pocas veces en lo que tenían, y sí en lo que les faltaba. En rarezas también coincidían, algunos de esos italianos se fueron en medio del confinamiento a ofrecer manzanas a los osos, por la cara sur de los Apeninos. La excusa era aportarles calorías extras a esos osos pardos marcianos. La Italia pompeyana se interconectaba y se manejaba en todas las economías conductuales.

Los que se fueron no eran vecinos al uso, sino personas que soportaban mucho peor el placer que el dolor si lo obtenían en las mismas dosis, y que bebían continuamente café con limón. Antaño fueron aliados de los Donzelli. Se ocuparon de la isla de las orgías, asquerosamente ricos. Ahondar en las pirámides de abusos, pedofilia y tráfico de menores tejía multitudes. Algunas intentaron escapar a nado de la isla, donde esos financieros, algunos lord y barones, violaban adineradamente.

Por el contrario, en Nueva York se cumplían los sueños de estudiar moda para algunas, y donde, en parte, encontrabas a esos filántropos. Personas que las recibían en camillas de masajes y que cuanto más daño les hacían más disfrutaban. “Era como estar en una mesa de operaciones y no poder hacer nada”, relató una superviviente. Niñas de quince años a las que controlaban su ingesta de alimentos, su salud y su vestimenta. Con dos rodajas de pepino y un tomate tuvieron a algunas, muchos días. No solo en Nueva York, Sudáfrica o Gran Bretaña.

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(Y viva otro amor por correspondencia)

2
Oct

La importancia de verse

Iba a ser una historia romántica, así lo quería retratar magistralmente, dando un agudo repaso al volátil escenario de las relaciones; sin embargo, lo fácil es echarle la culpa a la pandemia del COVID-19. Y no. No había suficiente amor entre Fabrizio y Nicoletta. Tanto el señor Meucci como la auténtica señorita Bruschini -residentes en Italia- hacia Pompeya (Nápoles, Campania), jamás fueron turistas ni seres de reencuentros, solo trabajadores en esa obra coral titulada La importancia de verse, donde no solo los perros detectaban calor por la nariz. Una Italia donde estaba el vicio del exceso y el vicio del defecto.  

En ello que aparecieron muchas historias, no todas felices, de ese ir y venir de las fronteras de cada casa durante todos esos días del estado de alarma y otros tantos. Incluidas las coyunturas de los políticos y todos los muertos por el coronavirus, aunque ni lo uno ni lo otro pudiera tener explicación, porque entre una sociedad u otra podía haber una Ilustración de por medio.

En fin, que no hubo San Valentín pero sí Semana Santa y otros tantos viacrucis. Solo que, la verdad y la cultura siempre marchan unidas, perdurando por entre las dosis de canalleo pompeyano y mundial, con la justa combinación de una trama extremadamente inverosímil -por cierta y verdadera, tal que el coronavirus- en una descripción razonablemente auténtica de los aspectos de la vida, usando ese libro de referencia llamado Doctor Zhivago, que rezaba: “habría sido maravilloso que nos hubiéramos conocido antes”, frente a la barra libre de bulos y descalificaciones que el puto coronavirus dejó al descubierto.

No obstante, hubo pedida de manos. Y negras, como alguna que otra puta. Citas también, pues queda demostrado nuevamente que los muertos no son nunca malos. Aunque lo mejor son las pintadas: “No hallarás mejor lugar de paso”; “La convivencia es lo mejor, y lo más difícil. Pero es muy bonito vivir juntos”. Todo un patrimonio nacional de esa Italia agradecida y singular, disponible para lo que hiciera falta, guardando silencio sobre las cosas que importaban. Una fase crepuscular más, tan compleja y bien engarzada como la de los astros en la bóveda celeste.

Visto lo visto, hay que estar en el agujero para salir del agujero, luego uno opta por seguir jugando a la lotería, consciente de los valores de cada cual, sabedor que a los niños los tienen que educar los padres, ningunos otros, preguntándose, si ¿hay algún tipo de responsabilidad moral de aquellos que incumplen esa lección de amor del quererse y dejarse? Porque el mundo es mundo y lo de tener que llevar la mascarilla es ideal para ir hablando solo por la calle, que cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, pero simpatizar con sus éxitos requiere de una naturaleza más elevada. No obstante, para mí –La importancia de verse– es un trocito de París, sobre todo, por lo que callan los muertos y por lo emocionante, espeluznante y prohibido de la labor de documentación que me llevó a dar con esta obra, que ni con la imaginación imparable de los cabreos diarios hubiera podido tramar. Sí, me gusta lo que estando cerca o lejos permanece. Apagar las luces y que se enciendan los sueños. O lo que vendría a ser dar por culo sin hacer daño, literariamente.

Y no menos importante resulta saber que “la raza es un concepto social, no científico”.

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