En la oscuridad la luz eran las ideas, y en el día a día,
por el humo se sabía dónde estaba el fuego.
Un Dios salvaje, sin discurso beligerante y con razón,
esgrimiría que, cuando se apunta hay que disparar.
Usted es el cuchillo y nosotros somos la carne,
le dijo la novia a quien los iba a casar.
Ese fue el último silencio.
–Los tipos que te disparan a ti suelen dispararme a mí. Esa es toda la ventaja que vas a tener. Debes darte prisa -llegó a escuchar Fabrizio.
Tenían el mejor de los mundos posibles. No era casual que lo que peor les sentase fuese la autocompasión o la pérdida de las cosechas.
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