Poder oler a su hija fue eso: lujo. Tras varios días incomunicado, y tras haberse intentado electrocutar, su hija Cynthia accedió a hablar con él.
-Todos tenemos problemas señor Lowell -comenzó ella.
Su propia hija lo trató así, como personas que se sientan en la mesa sin ni mirarse, como que en las mesas sucesivas. Nada de cariño, nada de familia.
Una casa en la ciudad de los colores le esperaba a Cynthia. Sí, sí. Nueva York. La legal y la ilegal. Y la historia de los refugiados sirios contada por sí mismos. Un libro que le había elegido la institutriz, alguien que ni siquiera tenía la capacidad de recordar sus pesadillas, quien tomó un respiro hondo y una sonrisa que engañaba. Así le pegó la primera vez.
-La moda ha cambiado, el sistema ha cambiado -y muchas más cosas les dijo a su chófer y escolta. Uno con vaqueros y jersey de punto azul marino, favorecedor. El que aparecía y desaparecía del mapa, y nada de hombreras.
Considerado uno de los guardianes más violentos y agresivos, barajó un posible suicidio. La muerte de un gestor, más cercano al despido que a la gloria, en el garaje de su casa. Fue encontrado sin vida en su residencia. Un oscuro incidente de alguien que no llevaba una vida tan glamurosa como se pudiera sospechar de alguien con su fortuna. Varios miles de millones.
Educado en lo contrario, Texas sí que le hacía sombra al padre de familia y presidente de la compañía. Nada sabía el chófer sobre los delitos de corrupción y enriquecimiento ilícito: conducía, escuchaba y poco más. Estaba en ello, en lo de andar y saber poner silencio al escándalo, junto a su jefe:
-Ni especial, ni de favor ni en contra. Tratamos a todas las personas igual -afirmó el multimillonario modista y empresario.
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