Amor es comer con hambre y beber con sed, le dijo él a ella. ¡Sois unos putos locos en tu país!, tuvo como respuesta.
Y la tiró. Para al poco quedarse todo en calma, incluso el aleteo de las pestañas, cual lámina de agua dura.
La niña negra del autobús llegaría a no mucho tardar y se daría cuenta de que no eran solo cosas, lo que le decía su madre en las noches de luz sin sombra.
Por todo lo que no había llorado delante de ella, ese agua lo sumó todo: modales, instintos y centenares de libros marcados con los que templar el sufrimiento y la mirada deshabitada por cuando los labios ya no abrazasen.
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