Caída, presunción, extrañezas… accesibilidad. ¿Y si no pudieras andar mañana?
Iba hacia el centro, a una reunión, confiado; faltaban minutos para el anochecer, justito de tiempo. Y esa mujer en silla de ruedas (eléctrica) se convirtió en protagonista, más que el black friday dichoso que llega a todos sitios. Ella iba con todas las de la ley, visible pero discreta, violenta y responsable.
Sus manos eran las de una mujer de mediana edad, con uñas pintadas en tono rojo oscuro que congeniaban con las pulseras de buen ver que realzaban el esculpido. Lo devastador era lo complicado y moderno: un marcador digital en verde primavera que rayaba lo que le quedaba de batería.
Dependiente, accionada el mando con su mano derecha sin honduras, perfecta en su desperfecto. No era de esas personas de capacidades diferentes. Lejos de estereotipos o excepciones, era de las que no podían ni pueden andar, de hecho, en realidad es cuando menos coja e incapacitada; minusválida, sí; a lo sumo discapacitada física en las lenguas soeces.
Ambos discurríamos por una calle en obras, donde el acerado y los pasos de peatones se arreglan y desarreglan, unas veces unos y luego otros. Circular por esas baldosas es todo un deporte de riesgo, pero ella iba muy bien, demasiado. De hecho, me igualó el paso en dos veces que la adelanté.
Dos veces en las que me pregunté si lo estaba haciendo bien en mi trabajo. Soy de los que, a tenor de la financiación, deben implantar la accesibilidad a los edificios donde se ejerce públicamente. Y uno no sabe hasta qué punto priorizar y condicionar todo el bienestar necesario. Entre arreglar baños, goteras, averías de calefacción, aires, sacar a flote los trastos viejos y dar la pertinente uniformidad a las instalaciones, se deben reordenar lo accesos para adecuarlos a todos, para todos, clientes y trabajadores. Son pocos los clientes que llegan incapacitados a ese efecto, se les viene dando respaldo domiciliario, y trabajadores somos los que somos y quedamos. Si bien, su presencia me trastocó todo mi quehacer, por correcta, normal y dispuesta esa mujercita.
Se me quedó la cara muy poco accesible. Mi casa tampoco es accesible; ni muchas calles. ¿Cómo casar tantos argumentos con el blanco de mis ojos, el negro de mis ojos, ceñidos, de hombre, y sus ojos de mujer contra todo? Mujer, de la que no atisbé pelvis, muslos, pies.
Tiene que ser duro que toda tu vida sea un otoño.
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