El banco apenas ha cambiado. Mismo lugar, mismo entorno, y una ligera evolución arquitectónica. La farola sí que no la han sustituido, sigue a ras de vida. Como yo, es de las que creen que otro fin del mundo es posible. Yo llegué a soñar que el corazón se le hacía añicos para no tener que volver a verla, más la postergación de hacer lo que realmente se quiere en la vida es dolorosa. Nunca falla, todos los 05 de septiembre vuelve y se sienta.
Es, el puro retrato de la precariedad y reivindicaciones de toda una generación. No le queda otra que darse a sí misma la flor, igualita que la primera vez, aquella que dejó estar por unos minutos (que se nos hicieron eternos). A punto estuve de ir a por ella; mi torpe marido no me dejó. También disfrutó viéndola. Hasta le pusimos nombre. Los años dieron para mucho.
Si fuera argentina decidimos llamarla Eva, nuestra Evita; si fuera Ucraniana, que algo tiene también, sería Tatiana. Él se inclinó por esa zona, de hecho, hasta fuimos de vacaciones hacia el río Irpín por si la veíamos también allí. Dos años antes a Buenos Aires. Todas las calles las paseamos. Perdí once kilos. ¡Quién los perdiera ahora! Han pasado muchos. Mi hija me dice que soy tonta, que ¿por qué no le pregunto?, ¿qué me viene bien expresarme?, hablar, reír. Pero para una cocinera jubilada como yo qué otra cosa podría hacer sino mirar la vida de los demás. Y algo le tendré que contar a mi nieto. Otro hombretón. Su abuelo falleció también con la intriga. Mucho Alzheimer pero bien que se acordaba de cuándo era el día, dejándonos tan poco espacio en la ventana, menos mal que mi hijo el grandullón lo bajaba bien cerca de ella, porque fueron los únicos que han estado a menos de dos metros de esa belleza nuestra. Ni el perro Tomason Olivier; otro que se nos murió, ¡pobre mío!
En el centro de salud lo vengo comentando desde hace unos años, por si alguien la ha visto. Y no, aunque Marie, la enfermera, me dijo una vez que hay mujeres que hacen eso: que aparecen y que desaparecen, con o sin flor. Ninguno de la familia nos lo creemos, cierto es que habría que ir sospechando, mal que nos pese, porque sigue tan joven como el primer día nuestra princesita, por años que pasen.
Yo, al día siguiente, me subía a la barandilla, imitándola florida. ¡Qué recuerdos! ¡Quién pudiera! Y él contemplaba mi dolor y desamparo en un universo poético de lo más hermoso. Hasta le hacía ojitos mientras la música huía noche abajo.
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