El sol esparcía sus rayos con menos intensidad cuando llegaba la hora. Si bien, estaba decidida. Tendría su casa, su trabajo, su familia, su entorno. Quizás traería hijos al mundo. No había un lugar más hermoso para nacer ni para morir. Era casi una ciudad, y su eco.
Por dibujar, trazaba hasta los restos de una iglesia y la fuente sagrada, y verbalizaba conversaciones a futuro, difuminándolas y anotándolas.
Así sobrevivía a las náuseas, que le desaparecían; y no escuchaba ninguna voz, sospechas o tiranías. La mujer de abajo no le faltaba el respeto en su estudio ni fuera del mismo. La macetita tampoco se le movía sola, y el perro no era un escarabajo gigante, sentado junto a un par de críos mutilados vestidos de negro sobre una alfombra de rocas y arena oscura.
La esposa de su tío pronto le llevaría otro té, no obstante.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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