Cuando el que se va no deja a nadie que le llore, otros sentimientos intervienen. Atrevimientos, y servidumbres.
Así se quedaron un buen rato los profesionales, maniobrando por la carretera infinita, para luego dejar atrás la lluvia sobre las tejas, llenándose de trozos, cascotes y el polvo frío, sin importarles el peligro, pasando del monte al lago, aniquilándolo todo con una mirada entre divertida y desdeñosa, obedientes, además de las fiebres repentinas.
El helicóptero pronto dio la vuelta y refrendó su adiós. Algunos pidieron algo, rabinos, pastores o curas. Ese gorgoteó y miró en derredor. Un familiar, el que se acarició la punta de la nariz, quien recogió lo poco que dejaron en el hangar.
Todos esperaron la cabeza, esperando que el sonido se alejara, refugiados tras él. Un rugir de un fuerte vendaval. Ella necesitó darle el pecho a la niña, solo que no tenía ni para desperdicios. Nadie reprochó, ni la silueta que se quedó afuera, a la intemperie: su padre estaba todavía allí.
Como no decía palabra, y seguía allí, los músicos se pusieron en pie y aplaudieron. La música liberó al pueblo de la soledad. No obstante, su madre agitó las manos para pedir silencio. El mar de caras expectantes, gentes de otros países, incluso, por el sombrío pesar les fueron sepulcrales.
-Me parece que sé más cosas de tu mujer que de mi propia hermana- comentó aliviada y enfadada una que quiso salvaguardar sus intereses. Algo impensable para la abuela, en silla de ruedas, que a su modo se mantenía erguida.
Pero la vanidad pronto dio paso a la razón:
-Ojalá se hubiera despedido de sus cuatro hijos, siguen perplejos- hizo resonar con aire de culpabilidad su primera esposa.
Y también una madeja de cables quisieron unirse, cortocircuitando esos reparos. -Tenemos un medio de transporte para ustedes- reseñó el alcalde, diligente, quien recibió aquel chasco cruel con voz cálida; aunque no del todo.
Ante lo cual fueron tan ricos como pudieron haber soñado. La condición humana los transportó, luego ellos murmuraron extraños, sin más perspectiva que irse cada cual a lo suyo; incluso el de la bata blanca y el estetoscopio.
El día que llovió hacia arriba fue ese.
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