Sin código de conducta no se iba a ninguna parte. La aterradora vida salvaje y aquellas pequeñas cosas de lo que alejarse se sucedían una y otra vez.
El camarero, la dependienta, el taxista, la del banco, el del taller, etc. Todos miraban a esa mujer, de más. Y de menos. Creían que era de esas que vendían su cuerpo y que te despedían con frases del tipo “has tardado más de lo que imaginaba”.
Últimamente lo pasaban bien juntos. Pero detrás de ellos alguien tocó el claxon con irritación. Era de suponer que uno viviría sin el otro durante cierto tiempo.
Extraño, tener entradas para ir a una iglesia.
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