-Essien, el más tonto tiene una fábrica de pañales ¿no crees?, yo alucino.
-Sí, eso parece- afirmó el otro.
-Lo echo de menos- se abrió de nuevo Essien, recalculando.
-No sé- observó Keita.
–¿Cómo que no sabes?– preguntó de primeras Essien.
-No sé… me llaman indio.
-¿Indio?- preguntó.
-Sí, indio.
-Pero si tú no eres de esos sitios- se medio conmocionó.
-¡Ya!- exclamó Keita, encogiéndose de hombros.
-¿Entonces?- le quedó la duda a Essien.
-No sé- retornó el otro con ese instinto.
-¿Y?- volvió en el mismo momento Essien.
-No les digo nada.
-¡Puff!, yo alucino. Y se ponen hielo en la cabeza.
-Sí, el más tonto tiene una fábrica de pañales, ¿no crees?
–Vaya que sí– subrayó con frescura en ese momento crítico.
-¿Y?- saltó Keita con otro zarpazo.
-No sé, será porque se echa de menos. A mí una vez me llamaron bosquimano.
-¿Cuándo?- descargó Keita volviéndose a arrancar.
-No sé, no sufrí demasiado.
-Lo mismo es que no saben de dónde son- basculó sin perder el sitio.
-Sí, extrañarán– no le cambió el paso Essien.
-Pues no queda tan lejos.
-No, mira allí… todo recto- señaló Essien con la zurda.
-Bueno, todo empeora antes de mejorar- determinó viéndola salir.
-Teníamos que intentarlo todo.
-¿Y es que no lo has hecho Keita?- hormigueó.
–Hay que tener el deseo– afirmó Essien.
Y ese más sí interior se le hizo un mundo a Keita, que no quiso poner contra las cuerdas a su colega.
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