Para unos, tratar acerca de ciertas convergencias supone revolver entre la basura, una muestra más de la inmundicia de nuestro entorno, la escoria en su máxima expresión. No obstante, para otros es un viaje iniciático a lo aparentemente imposible y sobrecogedor, que conlleva muchos deseos, por más dramas y jolgorios a los que se asistan. La cloaca de la humanidad no da respuestas a la ciencia, pero sí abre las puertas a un mundo tan invisible como necesario, donde cada vez las vallas son más altas, y sin embargo las mallas de separación van menguando, sitiándonos. Por ello, nos salimos de las normas y abandonamos las rutinas, no por inconformistas, sino por realistas. No importan las vergüenzas, se pelea por lo que a uno le hace sentir.
Absolutamente todos los consumos impulsan las economías, inclusive jugar a la falsa ingenuidad. Hay que disfrutar la búsqueda, con carnavales de todo tipo y esperpentos. Para ello, hay una clave: la importancia de hacerlo en el momento justo, perseverando y dándose caprichos. No hay que ser ilusos, sí prácticos y honorables, ya que ciertas decisiones cambian el sentido de las guerras. Cada uno, a su manera, busca ese alivio. A estas alturas, la retirada no es una opción. Hay tesoros que bien valen mil intentos.
Los griegos, prendían a sus muertos honrándoles con dos monedas sobre sus ojos. Era algo sencillo, y a la par complejo. No querían que nadie fuera tras de sí, pero sí que atravesaran la laguna poblaba de lágrimas de los condenados, por ello, a veces se acompañaban de otra bajo la lengua, a modo de canon para el barquero hasta llegar al guardián, y hacerle sombra. Una treta entre la compasión y la admiración, llenándose de orgullo por haber compartido con el fallecido, presenciando el resto de su muerte. Ese envenenamiento es fruto de la envidia, asistiendo a esa debacle interna en la que uno se pregunta si se queda o verdaderamente se va con los dioses; además, es cuando los mortales se percatan que pueden vencer a los todopoderosos, porque seguimos teniendo la oportunidad de hacer que cada momento sea único e irrepetible. De ahí, que atacando las debilidades de los demás, o sea, su deseos, masacramos a quienes nos quieren cegar y caminamos por nosotros mismos hacia la paz, luchando ferozmente sin ser siervos más que de nuestras motivaciones.
Las personas sensatas no sobran, pero deslucen mucho el arte de hacer sangre, son deliberadamente repulsivas, sepultan con su madurez emocional, hastían. Desligándonos de sus advertencias, nos hacen mirar por esa ventana indiscreta, y lo que hayamos son adjetivaciones, perturbaciones, y sutiles sacudidas al rincón de pensar, viviendo entre bambalinas la magia de unos y otros, a falta de hallar ese icono de estilo que todos los humanos echamos en falta, y que no está cuando más se le necesita. Meciéndonos en ese intermedio, se vislumbran y conocen otros estímulos, es un despertar de la amarga desilusión, sin alardes, simplemente dándole cabida a todas las correlaciones, conociendo el callejón de las maravillas, el club del edén, la sonriente anfitriona, la compañera ideal, su amante titular, etc. Todo son nuevas motivaciones sobre algo básico y mundano, donde se busca a toda costa minorar las consecuencias negativas, en un ejercicio de la mejor publicidad inversa: algo a cambio de algo. De esa epopeya sin testigos, repleta de miedos, desencantos y adulaciones se trata en este refugio privado. Básicamente es el comienzo de todo. Es un trabajo dual, donde se actúa retrayéndose y con payasadas, en una espera incierta; y otras, se financia arriesgando en todos los envites. De esa ambigüedad se dota la obra, compartiendo muchas vidas ajenas, creando un espectáculo de engaños llenos de verdades.