Sin haber leído ni por asomo la mitad de la mitad de la mitad, un día, toda una madre me dijo que la moral es muy fuerte. Cuando intenté saber a qué se refería, nombró la palabra “sexo”. Y me costó creerlo cuando apenas había leído un cuento para niños, una novela de adolescentes, un libro biográfico y tres obras sueltas ambientas en ficciones muy diferentes pero similares al mundo en el que vivimos, pero sí: esa madre me dijo que tenía una moral fuerte en relación al sexo.
Grecas y Lunares, El día que llovió hacia arriba, La frágil moral, China y su entorno, y Mary McCarthy son títulos cuyos informes de lectura no dicen que haya mucho o poco sexo. Ni lo nombran. Existe, sí; dónde y cuándo se puede o mejor se considera (como la vida misma). Y paisajes o lugares en los que referenciar cada acción, personajes normales y variopintos, comidas, costumbres y otros tantos elementos sobre los que fundamentar una trama principal y otras tantas subtramas alrededor de la misma idea, confiriendo y soslayando vidas paralelas, que es lo que somos y seremos siempre en la ficción y en la realidad.
Le faltó decirme: “solo espero no llevarme a la tumba esta sensación de no ser suficiente”. Fue cuando entendí que la belleza y la fealdad se necesitan, tanto como una madre y un hijo., pues las tormentas solo son tormentas, que ni predicen el pronóstico del tiempo, ni una madre lee imparcial a su hijo metido a escritor.
Habrá leído sobre escenarios de violencia machista, que los dragones no comen helado, habrá resignificado símbolos, imaginado algunos columpios, chimeneas, piscinas, etc. Y su ojo crítico se le habrá embarazado del frío aliento de ser autor sin fama a la que agarrarse. Y sí, en ese tiempo he tenido miedo al miedo, porque me la esperaba así: crítica y desconfiada (como toda madre que se precie). De hecho, las palabras se las hube de sacar yo mismo, ni se atrevía, alegre y seria, popular y selecta, teniéndome presente como a todas esas lecturas “fuertes” que no le han enamorado.
Suerte que no haya muerto la palabra, pero casi. Miró y remiró el pasillo, el salón, la cocina por cuando la dejó atrás y, en aquel silencio tan absoluto, le pude oír los pensamientos… que saqué con no mucha lentitud. Ni se movió, ni parpadeó. El hombre que había frente a ella estaba muerto. Por otra parte, volví a nacer.
Y rencor ninguno, no conozco a ninguna maestra de escuela que no se equivoque. Todo lo que hay que saber para trabajar en la escritura, escribiendo, se aprende poniéndose manos a la obra e invirtiendo en uno mismo y en los demás. Sin hotel ni resort, pagándose como todo hijo de vecino los gastos, y sabiendo dónde va cada palabra, coma, o punto y seguido o final; equivocándose, y mucho, también.
La última vez que hablé con un editor (como mucho dos meses atrás) me indicó que lo que la gente pide y compra (o se vende) es casi pornografía. No me lo dijo por decir, no; quizás, alguna vez, lo mismo intente hacer algo en ese sentido. Ahora creo que no estoy sacando ese lado, aunque todos los estilos suman.
En el libro en curso –Gay y discapacitado– vengo a extractar que recordar una guerra (Yugoeslavia/Balcanes) no es malo, vivirla una y mil veces sí. Trato sobre voces de largos ecos, y de que el deseo nos incita a la posesión, no habiendo mayor tentación que lo prohibido, basándome en una adolescente, su madre, el padrastro y un hotel en donde trabajan, más una ristra de arquetipos y personajes con los que ofrecer otro tipo de libertad, demonios, emociones y vivencias luchando sin uniforme, a base de mantener la serenidad y la firmeza, buscar la concordia, admitir muchas tolerancias y, no perder el compromiso con uno mismo. Uno de los personajes sostiene: “yo no tengo amigos, tengo familia”. A ese, la erección continua por el miedo le sobreviene de la guerra y la edad que le toca vivir una y mil veces. En unos meses lo tendrán publicado, para quienes gusten y deseen atreverse a criticarme sin titubeos y con conocimiento de causa. Adelanto que lo que estoy aprendiendo de toda esa labor de documentación e introspección es que toda guerra condiciona al hombre para matar, haya o no balas, y que se puede llegar a querer tanto que la sangre de los inocentes e infieles rebose deliberadamente. Y, en lo que me queda de ese y otros libros, encajaré la “tristeza verde” en lo más profundo de cada poro y de cada hueso, como hijo/escritor.
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