Ser escritor no sale espontáneamente, a pesar de que algunos tengan la mejor idea del Universo. No es mi caso. Ser escritor hoy, porque desde hace unos años lo soy (PEBELTOR), formalmente, y esos años no son tantos comparados con lo que la ciencia y las relaciones nos van indicando, es poder modificar la vida, porque nadie sabe qué ocurre cuando cierro la puerta de mi casa.
Unas veces tengo instantes decisivos, otros soy regio, están las alegorías de tiempos pasados, gente corriente, trifulcas, paraísos olvidados e ideas que no se matan, porque un escritor escribe. Sí, como escritor lo hago, aunque me estén picando un sinfín de escorpiones.
Y se hace, también, cuando te persiguen los inviernos o existe esa presión bien parecida a la que tienen las mujeres cuando no son madres y están en edad de merecer. Las letras son parte de esa mercancía defectuosa que uno puede llegar a sentir por sí mismo o por otros.
Son palabras que no mojan sino que enjugan, y son puñetazos. Hoy, ser escritor no es formar parte de una estipe, se ha popularizado tanto que no se sabe lo que es íntimamente vital, en ciertos casos; quizás, porque se ha desentendido la palabra del otro eslabón de la cadena: la lectura.
Decía que escribir modifica la vida, pero con los ojos en un punto perdido de cualquier calle u otro lugar, sueño o recoveco.
Es la lucidez de la locura, sentimientos.
La importancia social podría orientarse a rodearse de rutinas y hacer flotar los aires con mil giros, dando con las contorsiones que no nos desmerezcan, a, quienes somos escritores. O bien, enfocarlo en función de las ventas de los libros.
Brújulas, cifras, que son o debieran ser dinero y psicología, no obstante, el sesgo presente, el anclaje, la subjetividad es toda esa empatía que cada cual reúne la transforma en entusiasmo emocional, para sencillamente seguir escribiendo, porque un escritor escribe. Es la soledad del autor: volverse sombra.
Horas sumergidas que son vida y obra; así es PEBELTOR, donde se constata la perdurabilidad de todas esas cumbres borrascosas y las voces acaecidas de contralto, casi etéreas a veces, conformando esa balconada de cristal desde la cual relatar.
Es más, parece que llego a acostumbrarme a que todo sea un valor oculto. Uno aprende, y mucho, observando, diciendo, siendo… Y tal vez represente una parte no significativa de la capitalización de muchos, ahora bien, es un trabajo que no acaba en uno mismo. Es tal el incendio invisible que no hay suplicios, ni manuales para triunfar en las nuevas eras.
Como escritor, uno escribe las frases que suele decir la gente, lo que piensan, lo que sueñan, asomándose a los bordes del mundo.
La escritura es el hermano sin esperanza de la palabra, porque la pone en evidencia. Somos seres biológicos y tenemos afectos que se ponen en funcionamiento ante determinados estímulos, no nos engañemos.
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