Llegas demasiado tarde, demasiado pronto, y los siglos de historia te escuchan preciosa mía. No empujes más, no se puede parar el tiempo. En apariencia se mueven; y no puedo estar callado: yo te cuento. Aún nos veo por cuando nos dedicábamos a pensar en ellos, ¿te acuerdas? Era nuestro pequeñito hotel, nuestro Mediterráneo. Un día quisimos subir a un caballito de mar ¿te acuerdas? Veníamos de corregir el rumbo del verano, tan vulnerables como decididos. Tú no me escuchabas, te movías. Yo sí.
Ahora vendo seguros, trabajo enfrente tuyo. Soy el del pelo con alguna entrada, hacia atrás. Aquí, en la oficina, nadie dice las cosas porque sí. Volvería a iniciar tan apacibles vacaciones, y eso que no me hablabas más que en voz baja, todos los viernes; todos. Hoy sí. Algo en mí habrás visto, tus manos han tiritado: eran tus dedos, de reojo los reconoceré siempre. Cuarenta años, no más. Ahora sí que no sé cómo bajarme de aquel vendaval nuestro, extraño el rocío de cada uno de esos días en esas cadenas, las de los dieciséis deseos.
Firma aquí, en la crucecita que te marco. Yo empujaré tu canturrear alegre; esto es una cadena. Vuelven a ser días de color naranja. La realidad es gratis. Volveré a ser el Príncipe Preguntón. Seguro. Ya he reservado plaza. Estoy harto de colorear mandalas.
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