Era capaz de volver a sentir cómo el agua fluía sobre los dedos de los pies, o recordar cómo reían sus ojos.
No era un mal actor, cansado con su mirada de tormenta silenciosa. Estaba aturdido contra el sí del desquite. Recordarla era el otro vino de la sociedad, lágrimas.
Y cuando escribía en sus lentes anhelaba encontrar su mirada. Si estuviera, su amor sería su mayor consuelo.
Volvería a meter los detalles en la escopeta.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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