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¡Qué vaya tela!

Érase una vez un abuelo que se hizo la transferencia de un coche de su hijo, recién fallecido, a su nombre, habiendo nieto y esposa-viuda de por medio. La misma, que se enteró a la postre, lejos de hablar lo vio todo muy gigantesco, y estaba en otras penitas también, con un fondo como de oros y sinrazones, engullidos por un monstruo llamado vida por obligación, dispuesta.

Más en esa inmediatez del no hablarse ni quererse, declamatorios o falsos, viendo cerbatanas y demás, despellejándose, se distinguían, pero tenían que criar a un hijo/nieto en una unión de reinos pobres de solemnidad.

Encontrad un punto medio– aconsejé a hechos de supervivencia. Mediocre.

A pesar de ello, los días pasaban y no había oro en paño. Y ese hombre, como vos, mujeres también, como ella, sabían que no podrían quitar las vivencias ni las alusiones.

Pues entonces pasaron los días, poquito a poco… los que no gustaban y los que no interesaban, disonancias, además de los pasionarios y que decir decían. Así se llegó a ese día en el que el crío dejó de caminar por las paredes y quiso equivocarse. Los papeles del paraíso todavía no le habían dolido, no entendía de testamentos, estaba en la adolescencia, viéndolo rodar todo, por los dieciséis de un noviembre sin más liceos.

“La madre de todas las batallas está por llegar”, pensaron para sí los otros, en sus selvas. Después se notó, y mucho, el cambio de percepción. Casi que se recitaba por el pueblo el color de ese afán, era poco menos que un zoo de mitos y falacias, afirmaciones, plomo y verdades a medias. Y ella erre que erre, con el lenguaje obsceno y soez, tirando de abogados e intermediarios; el otro con el don dinero, las heridas, tragedias y conflictos; marionetas todos del deber y la omisión.

Recomendaría concordia, visión de túnel, si pudiera lanzar un mensaje tiempo atrás. Y no, el poderoso caballero le dijo:

-Tu padre te quería, no estaba bien. Fue un día de mucho frío… Ya está, sucedió; era lo que tocaba.

Pero la gente tiene poca paciencia con el dinero, y no sabe contar cuentos, ya no se estila. Los patrones del comportamiento, por los conceptos exprés o lo que sea cambian incluso a los comprometidos. Y por extraño que parezca, hasta el infinito y más allá se podían haber evitado miles de sospechas, anhelos. Pero no, la madre le fue llana, consumió:

-Necesitaba su tiempo, era alguien responsable; tú no te acordarás. Pagaba, estuvo muchos años cotizando. Pero lo que más le gustaba era jugar contigo… y las cosas que pasan, un día se tomó la vida con otra filosofía.

Y todos quisieron tener su momento, con y sin mordiente:

-¡Esto es una puta mierda! ¡No sé ni cómo os reís!, ¡menudo cabrón!

Se vivieron y sintieron muchos amores con mayúsculas:

-No te pongas así, no cómo le vas a dar ánimos a tu hijo, fuiste tú.

Y hasta hubo rampantes realidades aumentadas haciendo tándem:

-Amarguras ninguna, lo robó él.

-Sí- se abrió paso otro -de malvivir a ganarlo todo. Es el estado natural de las cosas.

-Hijo puta- repentizó otro en la espera y desgracia, elogio a los huracanes. Normal.

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa

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