Hay putas de 500, putas de 20. ¡Yo debo ser la más tonta! ¡No sé ni mi precio!
Y putas y putas y más putas.
-¿Siguiente?- digo como si no supiera lo que me va a venir encima.
Y la necedad me hace oficio.
“Opening your mailbox” pienso al bajarles la cremallera, ¡cuándo llevan claro, qué algunos entran ya cagaditos!
Y se terminaron las rebajas.
Porque ni hombres ni mujeres, todas/as quieren su ratito de pilón. ¡Ni que fuera una fuente! Tengo complejo de piscina, no sé si en la barra en vez de pedirme un whisky debo tomarme un poquito de algicida de choque o cloro granulado.
Y lo mires por donde lo mires, ¡no hay tu tía!
-¿Qué?- contestan ellos/ellas al poco.
Y es que son la hostia ¿acaso no saben que soy puta y no un jurado popular?
-499 pido- aún a secas.
Y de vez en cuando alguno/a se rebela.
-¡Tú puta madre!- digo en esos casos de mala gana. No lo hago gratis.
Y me levanto, se terminó el estar de rodillas o en florituras.
Pero lo que me quita el sueño son las agencias de marketing. ¡Si tuviera esos recursos! Con mi cuerpo, solita lo que hago… ¡si tuviera sus recursos! Lo que sé. Como puta bien que lo sé. Yo también fui niña y sé lo que es que tu padre se quede traspuesto en el sofá, o que tu madre cocine escuchando la radio, y camine al tiempo. No hay tanta diferenciación, todo se crea, todo se precisa. Todo es sector servicios.
-Impulsos- me dicen algunos cuando se aceleran y se les enrojecen los mofletes.
Y callo, siempre callo en ese punto, que algunos me aprietan la cara contra sí.
-Espasmos- son más de decir ellas cuando se contraen y le escuece el gusto.
Y bien que lo sé, pienso entonces ante esas timideces.
Pero son recursos, chapuza y desgana. A lo que nos acostumbramos o acostumbran. Es ese el verdadero significado de los símbolos, haberes y tatuajes, ahora que están tan de moda ¡como si los egipcios o los mayas no los hubieran usado nunca!… ¡pendejos de mierda!
-Quiéreme si te atreves- le suelto de vez en cuando a alguno de mis clientes.
Y no hay ninguno como aquel.
En 20 años sólo Humberto Hinojosa supo gozarme y tomar distancia. ¡Menudo! Cogió el teléfono, marcó y en nuestro pequeño Manhattan se puso a hablar en otro idioma. Fue tan breve su relato que al llegar a Minneapolis no menos que me rebotaron sus palabras: “600 billetes han tenido la culpa, 600. Lo sé cariño. No me esperes”.
Y lo tuve que echar a patadas.
Jamás podré subir mi tarifa. A poco que lo intento, que una ya es perra vieja, me silban los oídos. Él se molestó en sujetarme el pelo como lo que es, cabello. No había retintín ni mayor necesidad de prisas incontenidas. Parecía mi padre recostado en el sofá dejándome agarrarle el cuello como si nada.
Y no dijo nada cuando lo eché.
Supo que vi la vida pasar exitosa y mísera en un santiamén. Tiró de las matemáticas del bolsillo y pagó a la cómoda sin aspavientos, como buen tipo. Ese sí que me estampó su firma.
Y siempre supe que jamás volvería. Ni extrañó que lo echase.
Barrabás, verdugo, enano… ese cuarto poder de todos; estuvimos juntos, olvidé lo demás. –Diferente no es malo, es sólo diferente- me dejó también.
Y mañana a esta hora tendré que ponerme sugerente y dejarme caer el sostén mirando de lado, para que aunque el acto sea efímero el recuerdo les sea eterno, agenciándomelos.
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