Booktrailer
No hay una pena de muerte para hombres distinguidos y otra pena de muerte para hombres vulgares.
“No tiré a matar. Tiré a avisar”.
“Podemos quejarnos porque los rosales tienen espinas o regocijarnos porque las espinas tienen rosas”.
“Aún peor que la guerra es la derrota”.
“La convicción de que los amaban por lo que eran o, mejor dicho, a pesar de lo que eran”.
“Decid vosotros que los tiempos son malos. Sed vosotros mejores, y los tiempos serán mejores. Vosotros sois el tiempo”.
Y concluyó su pericia insistiendo en lo de la “locura razonante”.
“El enfermo mental grave no va al psiquiatra, le llevan”, esgrimió.
Preguntas, a las que el psiquiatra respondió sin titubeos algunos que “los paranoicos nos la cuelan constantemente”, comentando que su paranoia le afectaba a su capacidad de actuar, no a la de discernir.
…lo que antes se llamaba paranoia y en la actualidad era calificado médicamente como “un trastorno delirante severo”.
“Que, a todos, sin excepción, nos gusta que nos quieran, que nos traten bien, y sentirnos especiales y seguros: lo que viene siendo, de toda la vida, estar en casa”.
Dos hombres se matan entre sí por múltiples razones.
“No hay nada malo en ser respetable”.
Uno de ellos el que siempre comía el helado con el tenedor, y quien tatareaba canciones.
Su mérito, la frasecita de oligarca: “A las élites de la izquierda no le gustan los pobres”. Con ello, la relación entre el poder, el dinero y la desigualdad no precisó de calculadora alguna.
“Tengo cincuenta y un años y me gustan más los gatos que las personas”.
-No hay que dejar tirado a un perro viejo en la calle -les pidió Federico, acertadamente o no, en esa reunioncilla para vislumbrar las indicaciones de la jueza y el ministerio fiscal que debían acometer.
-En Hispanoamérica olvidan que existen porque nos casamos con ellos y tuvimos hijos -llegó a decirse.
“Para que sea asesinato hay que demostrar que hubo intención”.
La justicia era una organización que necesitaba esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesitaba más esclavos, y así hasta el final.
Que España era un país de políticos lo sabían todos. De las personas solo se veía una pequeña parte, como con los icebergs.
Había de dos clases: las recién ingresadas, como Ana; y de cuando solo llevaban pantalones tobilleros los tontos del pueblo. Personas, que sin ser muy bonitas eran muy delicadas. La casa de las muertas y las vivas, dicho de otro modo; y donde se agradecían los detalles por parte de las madres, sobre todo, cuales brújulas para orientarse.
“No sabes cómo es el juego hasta que lo juegas”.
-¿Qué diría la luna si pudiera hablar? -se preguntó en alto Ana García. -La luna no dirá nada -respondió el que se había ganado el apodo de Barrabás, jode que te jode.
-Si matamos a todos los malos no quedaríamos los buenos, solo quedaríamos los asesinos- se sinceró Burillo.
Todo se reducía a eso: a estar vivo antes de morir.
El capitalismo ha matado al capitalismo. Ninguna nación en el mundo tiene credibilidad moral.
-No sabía que esta noche tendría que decidir sobre el resto de mi vida -contestó a la inspectora cuando le requirió explicaciones al percatarse de que habían copiado literalmente el acta.
-Ahorrar es casi imposible para tres de cada cuatro hogares, y encima esto -protestó el otro, dándose cobertura por el caso Lomas.
Era la vida real. De provincias. Hubiera muchos o pocos oficiales en jefe. Asientos más adelante, Federico erre que erre, como un patán: -Nunca he visto a un ser salvaje compadecerse de sí mismo.
-Es posible que Dios sea un ratón y que corra a esconderse nada más vernos entrar, como tú, cariño -le tiró a su esposo, constreñida.
El pueblo también fue responsable por aquello que decidió ignorar.
-Si aquellos a quienes empezamos a amar pudieran saber cómo éramos antes de conocernos… podrían percibir lo que han hecho de nosotros. La serenidad se logra si tu conducta es acorde con tus valores.
Virtudes sí que imploró, como que convertida: -Yo no doy crédito a la fe, he visto muchos fanáticos. La santidad está en los buenos actos. Y la bondad en lo que cada día nos hace ser buenos hombres y mujeres.
-Blindar a Puigdemont es una cosa y hacernos juzgar a un anciano, por muy culpable que sea es otra cosa. Le entró un tío en su casa a robarle, y parece que no era la primera vez; por muy loco que esté ese hijo de puta yo hubiera hecho lo mismo…
Policía: “Sí, escuche. Esta persona que tiene usted, ¿dónde se encuentra? La que está tirada, ¿dónde se encuentra? ¿Qué se encuentra en el…?” Hombre: “En el corral de mi casa”.
La existencia no admite representantes.
-Si como ser humano, al final de mi vida me preguntaran ¿qué es el éxito?, respondería que haber vivido una vida en la que viví, amé y respeté, y fui respetado por los otros a los que amé y respeté.
-Miramos al mundo una única vez: en la infancia.
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¿Qué es?
Un juicio donde casi todo el mundo acabó con el corazón roto. Poner en boga la legítima defensa, la propiedad, el bien o el mal sucedió. Con un acusado para quienes los días le eran igual que una condena. Particulares y fatales.
Un circo en la frontera de lo bueno y lo malo, donde no se estaba tan lejos de los Madrid y las Cataluñas, guerras un tanto feudales, porque las moscas acudían a la miel. ¿Por qué las rosas ya no huelen como antes? Por todo eso y más…
¿De quién trata?
De quienes ejercieron como Jurado Popular en el caso de Pepe Lomas, acusado de matar a Nelson David, un inmigrante que delinquió entrando a la parcela y residencia de un anciano tras haber servido en el Ejército del Aire español.
Nueve jurados, y dos reservas. Un fiscal estrella: Miguel Ángel Toledano. La jueza Lola Solana. Su hijo, un cardiólogo en prácticas. La inspectora Burillo, vecina de toda la vida de esa ciudad, y pareja de Ana Gª, la jurado número 1. Los peritos y demás calaña.
A destacar cada uno de los jurados, caracterizados como Virtudes, para quien el sexo bueno debía ser sucio, casada; o Manuel Julián, que no era el conductor de autobús y sí el que retrató todos los interiores; Federico, un condenado hijoputa a ratos; Cecilia, que por joven estaba entrada en años; Rafael, el de las actas; Carlos; Carmen Pérez, etc.
Y vino, capaz de transmitir su personalidad y saltar generaciones. O la perra del tal Pepe Lomas.
¿Cuándo se desarrolla?
Mediano marzo del 2024 hasta pasados cuatro meses después, en julio de ese mismo año, paralelo a la instrucción del juicio, que no transmitió alegría alguna y sí malos arrabales.
Habiendo tenido ocasión los disparos en el 2021, del viejo que fue librero hasta unos años antes.
¿Cómo se trabaja?
De inicio se presenta y explica el juicio y su razón. El caso por el cual se juzgaba al Sr. Lomas. Con las declaraciones, la construcción del Jurado Popular, los letrados, las familias y ese entorno. Se recrea lo sucedido y se cuestiona.
Después toca la actualidad del tener que aceptar la decisión/decisiones y volver a empezar cada cual su/s vidas (nunca supieron que esa noche tendrían que decidir sobre el resto de sus vidas los jurados).
La afectación llegó a todos, como a la inspectora, que dudó de sí, de su querida Ana Gª y jurado, y quien sufrió. “Si matamos a todos los malos no quedaríamos los buenos, solo quedaríamos los asesinos”, dudó, no dando crédito a la fe.
Y estaba Puigdemont, con los otros desórdenes públicos y la ley de la amnistía, que arrastró el fiscal estrella, recrecido ante la jueza, enferma y madre de su hijo díscolo.
¿Dónde sucede?
En una ciudad de provincias, en la medianía peninsular. Donde las Dulcineas, los Quijotes, los Pandorgos, y donde la Audiencias y las Fiscalías de “segunda”. Sitios de esos, que por sencillos y humildes eran un paréntesis suspendido en el tiempo, y donde se podían hacer probaturas. Donde podía haber paz, rencor, y apuestas de todo tipo y condición, siendo lo de ahorrar imposible para tres de cada cuatro hogares, pero donde se vivía bien.
Había fiestas por doquier, como el tradicional macrobotellón a finales de julio de cada año: toda una limonada en origen que había ido derivando a un apoteósico y descomunal botellón oficializado. Madrugada en la que se descerrajaron varios tiros de escopeta, la luna no diciendo nada, que nunca había visto a un ser salvaje compadecerse de sí mismo.
Todo se reducía a eso: a estar vivo antes de morir.
¿Por qué?
Porque con cincuenta y un años había personas a las que les gustaban más los gatos que las personas, y además eran elegidas como Jurado Popular, o podían ser jueces, fiscales, cardiólogos, policías, tenderas, políticas, etc. Personas que tenían que llegar a conocerse, llegado el caso, y quienes para considerar asesinato habían de demostrar que hubo intención, y saber del riesgo de exclusión social.
La justicia era una organización que necesitaba esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesitaba más esclavos. Todo ello con las simpatías ciudadanas en manos de los partidos políticos, prevaleciendo. Pues de las personas solo se veía una pequeña parte.
No sabiendo cómo era el juego hasta que lo jugaban, no teniendo ninguna nación en el mundo credibilidad moral; tampoco el viejo loco y el migrante.
¿Para qué?
Para saber lo que escondían las miradas porque el enfermo mental grave no iba al psiquiatra, o lo llevaban o hacía de las suyas; y por la convicción de los que amaban por lo que eran o, mejor dicho, a pesar de lo que eran. España era un mundo de ideas, y podían quejarse porque los rosales tenían espinas o regocijarse porque las espinas tuvieran rosas. También, porque los hombres se mataban entre sí por múltiples razones: dinero, amor, miedo.
Y no había nada malo en ser respetable, no todos los que vagaban estaban perdidos. Pero había opiniones para todo, como esa de que “a las élites de izquierda no le gustaban los pobres”; o aquella del que “en Hispanoamérica olvidan que existen porque nos casamos con ellos y tuvimos hijos”.
¿Qué formato se aplica?
Se escribe en prosa todo ese espectáculo del mundo inaprensible. El juicio, las postrimerías, las vidas paralelas y las consecuencias de ese olvido. La palabra “justicia” en sí misma era de lo más evocadora y terrible.
Aún peor que la guerra es la derrota, dejó escrito Napoleón. Cierto.
Ese dolor sin palabras del tener que juzgar algo para lo que no se está preparado refleja los hilos rotos de la historia de un anciano que disparó para defenderse, según su versión, resultando muerto un joven inmigrante con un amplísimo historial delictivo que entró a robarle de madrugada.
Posiblemente, el único periodo en la existencia de ambos en el que han llegado a ser visibles sus vidas, y tener cierto sentido, como si el agua los hubiera llevado por otros derroteros, hacia la locura razonante o a delinquir, miserables ambos, apartados de la sociedad en general y de sus familias en particular. Frustrados, disgustados y enfadados, llevados por la doble necesidad del tener que vivir y del alejarse de su presente.
“Ven, siéntate conmigo” se podrían haber dicho ambos. Y quizás se lo dijeron días antes de darse caza, que en las declaraciones se da a entender que se conocían y que no eran desconocidos el uno para el otro. En lugar de eso, la historia es una relación dañina que nos deja un montón de espejos rotos. Como ese que fue librero y que tomó una de sus muchas armas, y disparó. Además, está el cáncer, que la jueza no lo era en todo. Y las cenizas, que muertos los hubo, varios. Asimismo, el Poder Judicial, con su fiscal estrella, regresado de Madrid con eso del Tsunami Democràtic, el procés y demás Españas y los tres tonos de azul. O la lucha contra los valores estrictos y puritanos, que se folla y apuesta en el libro, siendo a veces el cazador más interesante que la presa.
Se explica absolutamente todo el proceso judicial con pelos y señales. Todo muy verídico, fiel reflejo. Las declaraciones, las manifestaciones, las pruebas de convicción y demás argumentarios recaídos en el expediente judicial. Fue tan público y notorio el proceso que una vez terminado, se archivó y la historia será quien lo juzgue. Pues el muerto ya estaba muerto, y a saber del anciano… si bien los restantes que participaron debían vivir en la mentira o pasar página, de ahí la pregunta: ¿Por qué las rosas ya no huelen igual?
Quienes hicieron de Jurado Popular se quedaron con lo de loco, o idiota, y a sus vidas. Nueve, once, los que fueran. Y la instructora policial del caso. Todos ellos crecen durante la obra. Se expresan en su zona de habitabilidad, y también lejos del murmullo de la felicidad. Tienen hijos, padres, queridas, queridos; las relaciones ya no son al uso hombre-mujer o mujer-hombre. Vidas que también forman parte del error y de la justicia.
- Tiene cáncer
- Hijo médico (un pintas)
- Duerme desnuda, sábanas blancas
- Apodo: Marcela Pieldelobo
- Casos sonados Tsunami Democratic
- Recién trasladado
- Hondureño
- Largo historial de delitos
- Pechos prominentes
- Estudió peluquería
- Vive con la inspectora Burillo
- Amnistía
- Silla de ruedas
- Hermano: El Judea
- Coleccionista de maquetas de tren
- Omnívoro, hijo vegano
- Fuma
- Sobrevivió
- Humana y detallista
- Se acuesta con Manuel Julián
- Divorciada y boyera
- Política, concejala
- Pelo negro y lacado
- Hace crucigramas
- Traje y corbata
- Queda en tratamiento médico
- Conductor de autobús
- Quiso más pena para Lomas
Jurado Popular; Lomas; La Atalaya; Escopeta; Pandorgo; Jueza; Fiscal estrella; Políticos; Legítima Defensa; Hotel NH; Audiencia Provincial; Ana García; El dolo; Guardia Civil; Litronas; Médico; Hijo; Sexo; Amor carnal; Manifestación; Hospital; Muerte; Folclore; Veredicto; Recreación; Bulto; Disparar; Sala de Vistas; Víctor Hugo; Napoleón; Alicia en el País de las Maravillas; San Agustín; Providencia; Absolver; Acusado; Coacciones; Integridad moral; Inhabilitación; Justicia; Nelson David; Hondureño; Rumano; Familia; Puta; Follar; Periódicos; Perdón; Locura razonante; Perra; Apuestas; Miedo; Capitalismo; Parcelita; Quijote; Dulcinea…