Cuando los dioses escriben el libro de destino es lo de siempre. Escuchan las medias vidas, saben de los álbumes de fotos, traducen, saben lo que soñamos la última noche, cerca y lejos de nuestra tierra, actúan; conocen a las niñas que saben hablar con las muñecas, los legados, etc. Pero son carceleros del arte de decir adiós.

Donde las mujeres y otros son reyes, es en la furia ámbar, pues en la lógica cotidiana de la felicidad no se puede desperdiciar nada, quien más quien menos necesita redibujar su mundo en la intimidad de cada cual, vigilante, sin hogar ni lugar, girando al mayor de los secretos con ojos en la nuca, lo más indecible posible, y presentar su verdadera elegancia, sus poesías.

Poesías que de entrada son aglomeraciones, verdades que no sirven. Van de quiénes somos, o de pretender saber lo que se siente al recibir un beso estando vestidas/os en plan carnavalesco, por lo pretencioso más que nada. Un encomiable retrato de la estupidez.

En cambio, luego están las rara avis, las poesías de la vida real. De esos que creen no hacerlo. Padres o madres con seis hijos algunos. Sin caer en lo rancio, gentes que emanan otras tradiciones. Más en lo atemporal e independiente de las modas y tendencias, es más fácil hablar a través de las fotografías, de esas que pensamos mejor no mostrar, y que van en condicional. ¿Y el resultado cuál es? Sentir distinto.

Para ser honesto, nunca pensé que pervivirían tantos anhelos, solo que cada una tiene su historia. Surgieron cuando buscaba algo más especial. Y todavía me tienen esposado; reconozco que a veces son difíciles, aún se confabulan y evolucionan sin estar de parte de nadie. Plenas turbulencias… me miro las manos y ni siquiera recuerdo haberlas escrito. Se zarandean. Y mi estómago protesta, hace piruetas. ¿No les han contado nada de mí? Anhelo, más allá del mar son algunas.

Giran el tiempo justo para disuadirme, una de las cosas más raras que se pueden hacer en la vida. Ojos que hacen más y más preguntas. Pitidos urgentes, callados de tantas cosas donde recoger los trozos de secretos cuando cuesta decidir, uniformados para no ser pizpiretas con palabras rigurosamente contrapuestas.

Pero la verdad es que uno se da la vuelta y vuelven a despegar, como los collares de perlas, otros secretos que voy engarzando, para cuando llegue el viejo momento de idear otro traje, formal, y ponerme de puntillas para verlas crecer… hasta entonces, miedo dan, mejor que sean cosas imprevistas, como si nada, tales que fotos descoloridas. Punto final, por nada: horda de posibles. Penitenciarías. ¿Se puede fingir que el pasado no ha existido?, ¿odiarse sin ser uno mismo? ¿Quiénes somos en realidad?

Las leyes son los único que nos hacen a todos iguales, junto a las poesías que no se dicen sentir, que todos las miramos de refilón para ampararnos sin ser vistos.

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