Lo que era en la vida tomar malas decisiones. Le cambió la mirada. Había que pertenecer a algo, tener algo. Perdió todo lo que podía perder. Y venía de leer tanto que notaba el sabor de la tinta en los dedos. Además, se estaba haciendo viejo, pues le interesaba más el vino que la camarera.
Esa ciudad no era un lugar para que una persona afrontase una larga separación. Las personas se necesitaban. Quizás por ello se le sentó retrepada sobre la mesa del despacho y descolgó el teléfono. Tiempo después, uno de los dos cadáveres apareció en su última guardia conservando restos de lencería francesa de seda y, tampoco le cuadró mucho.
La pista de un coche como ése no tenía que ser difícil de seguir. Al día siguiente hubo mucho madrugador en los juzgados. Más así lo acordó y firmó su señoría ilustrísima dando fe.
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