No le habría gustado que fuera así, porque estaba cansado de fracasos y el ceño se le fruncía, pero al salir a la terraza que se abría a la furiosa inmensidad del mar abierto, se sintió casi feliz, muy satisfecho de haber aceptado un riesgo infinitamente mayor, dejando la identidad alojada en el bolsillo de la americana y la relevancia de su trabajo casi que en la papelera de reciclaje del ordenador portátil y el último botón de la imperturbable camisa. Una ironía que desembocó en una sonrisa melancólica.
Cualquiera diría que lo estaba deseando.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
En Villaciruela estaba prohibido leer, escribir. Las señoras habían de serlo siempre, admirables en cualquier circunstancia. Afortunadamente siempre existía otro…
Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No…