No le habría gustado que fuera así, porque estaba cansado de fracasos y el ceño se le fruncía, pero al salir a la terraza que se abría a la furiosa inmensidad del mar abierto, se sintió casi feliz, muy satisfecho de haber aceptado un riesgo infinitamente mayor, dejando la identidad alojada en el bolsillo de la americana y la relevancia de su trabajo casi que en la papelera de reciclaje del ordenador portátil y el último botón de la imperturbable camisa. Una ironía que desembocó en una sonrisa melancólica.
Cualquiera diría que lo estaba deseando.
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