Parecía quererle, más que a sí misma. Si bien,
en las últimas esquinas de sus pechos dormidos
el valor dejaba paso al miedo de otras oraciones.
Un horizonte de perros ladrando quiso interrumpirlo, pero no,
relumbraba el querer, cuadrada y blanca la noche, en ella.
Siete gritos, siete sangres, y siete dobles quebraderos tenía ese,
el de la casada infiel, en su mar de juramentos almidonados.
En fin, agudo norte que ni de aire rizado. Amor de escalofrío, y alcoba de silencios.
Turbias huellas lejanas, y presentes yemas de soledad esquiva: breves sueños indecisos.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
En Villaciruela estaba prohibido leer, escribir. Las señoras habían de serlo siempre, admirables en cualquier circunstancia. Afortunadamente siempre existía otro…
Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No…