Parecía quererle, más que a sí misma. Si bien,
en las últimas esquinas de sus pechos dormidos
el valor dejaba paso al miedo de otras oraciones.
Un horizonte de perros ladrando quiso interrumpirlo, pero no,
relumbraba el querer, cuadrada y blanca la noche, en ella.
Siete gritos, siete sangres, y siete dobles quebraderos tenía ese,
el de la casada infiel, en su mar de juramentos almidonados.
En fin, agudo norte que ni de aire rizado. Amor de escalofrío, y alcoba de silencios.
Turbias huellas lejanas, y presentes yemas de soledad esquiva: breves sueños indecisos.
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