Categories: Ser escritor y todo eso

Obras que son cerrojos sueltos (La frágil moral)

Uno suele contar con el factor esclavo para no rendirse, siéndose obediente: congelándose. A veces es la única forma de superar la escritura, cuando se corta a sí misma, piel con piel.

Me ha sucedido varias veces, que, estando a medias de un libro, o más bien hacia el final, como que mi cabeza pasaba directamente a la siguiente obra. Es algo incontrolable, a priori. Y, entonces uno ha de hacer de cirujano, poniendo las cosas en su sitio, aunque la cabeza planee otras cosas. Es una especie de democracia dirigida o democracia soberana.

Al ir terminando la novela La frágil moral sentí esa cúspide, un reposo y un agobio en mi pecho. Esa novela me ha hecho rectificar. Es la primera vez que destruyo un libro, hecho por mí, porque no pude superar su vértigo. Cuando lo terminé por primera vez no lo sentí como un libro, sí como una serie o una película. Y uno intenta ser lo que es, no fingir otros ADN; luego me quedé con las tres palabras más interesantes (el título) y volví a empezar. Inquieto, fértil, con un vacío que tenía que llenar.

Cambié todo: personajes, lugares, tramas, horarios. Y en tres meses ya pude mirarme a la cara. Ese acento ya lo sentí más familiar, era yo, alguien que escribía. Le puse armas al libro, ceñidos silencios, nombres invencibles y besos al filo de las agujas. Me alejé de aquella tribu tan aislada. Y no siento pena alguna, es trabajo: un apetito es inagotable donde nada es irrelevante.

Lo publicaré, no sé con quién ni en qué formato de inicio, pero espero que pronto. Por un tiempo concurrí a concursos literarios, más o menos por probarme, conocer la disciplina y acumular experiencias. Los otros guarismos no me interesaban nada, que los hay, sí. Pero en el momento en el que consideré que debí rehacer toda La frágil moral supe que precisaba otro salto base. La obra lleva su estilete, sus episodios determinantes y la profunda certeza de esa familia Peterson. 

La extrema cercanía del libro terminado me lleva a vislumbrar, estando el hoy abierto al mañana. Tengo el siguiente libro en la mirada. Es algo brutal, impresionante. Un atropello. Los actos, las palabras, las secuencias son cerrojos sueltos. Lo noto. Cada poco hay una sensación límite, del ir más allá, por todo lo que pueda dar la armonía, la melodía y el ritmo de ese mensaje que iría en el nuevo libro. No obstante, uno ha de contenerse y mantener una regla de orquestación: terminando ese en el que se está. Ese deber y honor lo acabo de gestar, aún tengo el aliento de Chicago y determinadas oraciones y cirugías reconstructivas de esa novela contemporánea, cargadas de toda la musicalidad de esa ciudad emblemática; también sus armas de manipulación.

Y paso página. Sí. Lo mismo me estoy perdiendo algo, pero somos personas que buscamos el sentido de la vida. Un poder, una cumbre. Y hay momentos donde uno coge y pierde altura. Quizás habrá alguien a quien le parezca un contrasentido. Sé que uno de los grandes libros (Lo que el viento se llevó), premiado, se hizo a lo largo de diez años lo menos. Y que, dicen, el mercado no puede asumir todos los riesgos. Pero también hay un momento justo, y un mañana al infinito. 

Eso lo visualicé en esta última novela, y el deseo de posesión. Supe que no era mía cuando la terminé por primera vez, la cancelé, y semanas después ya sentía la necesidad de su muerte, y su destronamiento, para pasar a otra obra. Mi cabeza soñaba, pensaba y visualizaba ese vacío de la caída, dejándola ir sin anquilosarme porque un escritor, escribe.

Lo peor de todo es que pierdes amigos. Ese libro que hacía, que seguía mi mismo camino, se fue. Todo ello. Y el factor esclavo te puede, abriendo otro, cortándote a ti mismo las manos. Pero al mismo tiempo te sientes incapaz, y debes poner una frontera: una relativa pausa. Una postura de miedo, de egoísmo (democracias sostenidas). Después vienen los cálculos, los fastidios, el negar lo que no vale. Dimes y diretes. Para los lectores. Dado que el libro terminado ya contesta por sí mismo, y uno, quien lo escribió, solo es cómplice: respetándolo. Poco más se puede hacer, ni llorar. Que vuele, sea merecedor o no, si acaso un engañoso intento… No creo que haya algo más cercano que estar escribiéndolo y sentir cómo se va, para que florezca… El ocio más querido, tal que viajar, amar, naturalezas; oficios también. Y lo demás son historias, que a buen juez mejor testigo. 

 

 

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: La frágil moral; Chicago; estando el hoy abierto al mañana

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