La fotógrafa se había puesto un apellido estadounidense, y no sabía si el registro civil lo aceptaría para cuando fueran a inscribir a su hija. Aunque ya no tenía que ir a ningún registro para eso, haciéndolo directamente desde el mismo hospital donde daría a luz.
Ella misma se hacía sesiones de fotos relatando esa suerte del crecer, fruto de la crudeza romántica y su naturalismo profundamente observador.
También se había hecho fotos en el patio de abajo, o en un almacén de neumáticos, con y sin vestimentas eclécticas.
Hacer el esfuerzo de vestirse para ir a un restaurante era algo positivo, que ya le iba costando más. Frecuentaba alguna que otra coctelería, donde quedaba para preparar las sesiones, unas más explosivas que otras. Tomaba vermú rojo o bourbon con unas gotas de angostura, dependiendo de si debía ser más conservadora o pejiguera.
El treinta por ciento de sus ingresos provenían de las sesiones privadas; lo otro entre bodas y paisajismo. Toda esa feminidad tenía también una semblanza a base de nombres y palabras, historias que recopilaba para esa su nueva vida.
Lo de ser heredera del restaurante de su padre nunca lo quiso, la timidez y el reparo le fueron quitando lugar hasta que un primo suyo lo ocupó del todo. Jamás le gustó lo de poner la copa o servir un plato ni la psicología de la sala y la conversación con el cliente en toda esa desnudez de los demás. Se hizo mayor sin apenas conocer el local, ni a su padre. No hacía tanto se había enterado que la base de la cocina que practicaban era francesa, cuando ella creía que era alemana.
Pero la foto del mismo en la que le dio por leer sí que se la quedó. Un día de esos, raros, con una revolica que hacía volar todo por los aires y, a la par, con la cotidianeidad hecha magia, como su comida y esa parquedad expresiva encomiable.
Una singularidad que lo convirtió en uno de los mejores cuentistas, muy propio de ese rico mundo interior, reflejo de sus ilusiones o sus miedos, sencillo y mordaz. Lo seguía viendo allá donde mirase, fuera o dentro del restaurante… en el patio, en su casa. Como fuera varón no se lo perdonaría jamás.
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