Con el paso del tiempo, los asideros también se desgastan, y hasta las que fueron las mejores arcillas vuelven a ser lodos, previo desmoronamiento. Ahora bien, toda filosofía tiene su invierno, por eso mismo esos cimientos son más vitales casi que cuando eran lo más parecido al férreo y endurecido mármol, vigorosos y aparentemente sin defectos. Es de esa deuda privada que todos tenemos y no siempre aceptamos, de lo que se trata en El fin de la infancia.
Y como cada oración precisa de su reflexión, por pequeña que sea, yo me pregunto entre tantos posos: ¿Es el valor de la caricia una extraña forma de vida?
En mi desobediencia inteligente, ya ni sé responderme, y eso que un día pude hacer creer que no tenía defectos, siendo ésa mi mayor atadura. Ni a miles de kilómetros de su mar dejo de sentir esa brisa, esa duda, esa tensión, ese círculo amoratado que me pide ayuda.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
En Villaciruela estaba prohibido leer, escribir. Las señoras habían de serlo siempre, admirables en cualquier circunstancia. Afortunadamente siempre existía otro…
Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No…