Las acreditaciones siempre me dieron asco, y las mudanzas no contenían besos algunos. Ese mundo me equivocaba… y fueron un montón de veces. Aquel modelo, y los diez segundos del después me hicieron no hablarles más; el caso es que no dejo de pensar.
-Elige todo- me dijo siempre mi madre, -en una relación no te conformes- insistía con su autoridad, como que sentenciando e impartiendo justicia. Y yo, sin la entrega de nadie y con el trato recibido y este mal oro. “¡No!, ¡No!, ¡No!” pienso al recordar esa humillación, al tiempo que me emperro bien sola… En una taberna gobernaría mejor todos estos reveses… aunque el beneficio no es de lo más premiado; dan ganas. Todavía una se estremece por los -¿Me arrodillo yo o tú?; ¡Y lo que estás disfrutando!; ¿Eres mi esposa o mi reina?; ¿Te suplico?-… No sé, ¿igual podía hacerme la extraña?
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