Es muy difícil convencer a alguien cuando está enfadado. Tampoco es fácil hacerle cambiar de opinión cuando lleva toda la razón. El caso es que hay rutinas que son los mejores y peores ideales pacíficos de la historia. Para unos, recoger las hojas de higuera cuando las mismas se agostan y marchitan con los primeros hielos, así como, en días previos a esos intensos fríos de invierno, el mero hecho de proteger los grifos que están a la intemperie con plásticos y paja si fuera posible, sujetándolos con una cuerda que lo anude muy bien, prieto todo, por unos meses.

Haciendo eso mismo, experimenté la abrupta soledad y la sorpresiva compañía del paso de los días:

-Pon aquí el dedo- le pedí sin más a un pequeñajo, viéndolo llegar.

En ese momento me vi tontamente reflejado, y no podía dejar de apretarlo todo. Con el paso de los años había ocupado, sin querer, el lugar de mi padre.

Rastrillando las hojas ya no había nadie, ni quería tener a nadie, ¿o quizás sí? Era una semana más tarde, lo mismo dos o tres, da igual para el caso, porque el archivo visual me dictaba dos caminos: aguantar el paso de todas y cada una de las estaciones y añadas tal y como fueran llegando, o ponerme al día, siendo yo, yéndome, como siempre quise:

-Cuando me toque la lotería me iré de aquí- afirmé en una comida estival.

Sí, mis ojos lo ven, pero mi cabeza no acaba de entenderlo. Son herencias, son decisiones. Es el sentido de un final: no hay nada más grande, ni parecido. Es cierto lo que dicen: que uno es el último en enterarse de lo que le sucede. Yo lo he visto, me he percatado. Sí, la transparencia es una forma legítima de presión. Cuando nadie se aparta todo es un bucle interminable de refuerzo aterrador, autoritarismo y malestar. Quizás, deba irme y no aguantar más, quizás, porque no siempre lo que uno recuerda es la verdad, y extrañamos más que vivimos. 

De amor, no preguntes nunca a los cuerdos” dijo alguien que leí no hace tanto, en estos mis días de fríos. Me basé en eso para no irme, por antaño. Pero no es razón para quedarse, y, sin embargo, nos lo venden como un código ético inquebrantable.

¿Qué pasaría si uno lo deja todo y empieza de cero, en otro lugar, con otro trabajo, abandonando su casa, malvendiéndola si fuera necesario, dejando un puesto de trabajo fijo y la comodidad de una ciudad dormitorio y de servicios, solo, absolutamente solo, cosa que no le resulta extraña en su razón de ser?, ¿es la lógica de lo absurdo?… ¿por qué subir la misma cuesta, siempre? ¿Acaso hay algo más que a uno lo retenga?, ¿apareciste por fin?

Un comentario

  1. <a href="http://yangus00.blogspot.com" class="url" rel="ugc external nofollow">Gustavo</a>-Responder
    diciembre 24, 2017 at 9:19 pm

    Si. Las vias. Sitios desiertos. De paz. Solo se conmueven cuando un coche pasa sobre ellas. Luego silencio absoluto. De calma. De coches que avanzan hasta perderse . Gente sobre esos vagones que nadie sabe donde van.
    En cuanto a las desigualdades me hizo acordar a un episodio que tuve hace unos meses. Fui a comprar a una cadena de comidas rapidas recontra conocida que no hace falta nombrar. Aparecio una señora indigente pidiendo si alguien podria comprarle algo porque no tenia para comer. Entre yo y una chica que estaba comprando mio lo hicimos. Pensaba. Esa señora que vive en la calle con lo puesto. Los empleados de esa cadena multinacional de comidas que no ganan nada. Como se dice aqui. Trabajan por el pancho y la coca. Yo y seguramente la chica que estabamos comprando estamos en un mejor nivel pero tampoco sobra nada. Y los dueños de esa empresa multinacional que viven no se en que pais, deben ganar fortunas y seguramente nio se habran enterado de esta situacion.
    Te mando un abrazo

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